jueves, 23 de mayo de 2013

Cristo sumo y eterno sacerdote


   La Carta a lo Hebreos dice bien cuál es el ministerio sacerdotal de Cristo, dándose por amor a los suyos y rescatándonos de la infamia de haber ofendido a Dios, contra lo que nos santifica con su gracia.
En el antiguo testamento, al destruir la víctima en el altar, se reconocía la soberanía de Dios y se le daba gracias por los beneficios recibidos. Era un símbolo prefigurado del sacrificio de Cristo en la cruz, donde quedaba erigido sacerdote eterno, sacerdote, víctima y altar, a la vez. Fue el suyo un sacrificio único y eterno, que en memoria suya, actualizamos nosotros en cada celebración eucarística.
San Pablo nos pide que nos ofrendemos a nosotros mismos a Dios como hostias vivas, imitando los sentimientos de Jesús en la cruz, para asemejarnos a él en nuestro ejercicio sacerdotal. Suscitemos así sinceros sentimientos de entrega, de adoración, alabanza y acción de gracias. A los que cabe unir nuestros sentimientos de humillación y arrepentimiento.


              Reflexión

                                                         El reino de los cielos

Dios hizo todas las cosas, pero sólo será rey absoluto, al final de todo, cuando se invierta el orden todavía viciado de este mundo, con la emergencia de un cielo nuevo y una tierra nueva. Mientras tanto, su reino empieza a ocupar el corazón del hombre mediante el amor, que nos permite permanecer en Dios, al tiempo y en la medida que él permanece en nosotros. Permanece en Dios quien cree, quien se ajusta a sus deseos, quien ama, en una palabra. El amor es la puerta de su reino.


                                                            Rincón poético

      CERCA DEL MAR

Vivo cerca del mar, respiro el aire
salobre todavía que me llega
de sus orillas arenosas. 
De su horizonte azul nace, estregándose
los ojos, cada día,
el alba, rescatada de la noche.
A veces, toca su cabeza
una mantilla blanca de nubes inconstantes.
Hay rocas, centinelas, junto al faro,
que tienen sus pies siempre
metidos en el agua.
Creo que el mar no se parece
mucho a la vida: el mar nunca se acaba;
no hay quien le ponga cerco
a su infinta dimensión.
Ha estado fragoroso siempre ahí,
testigo de la historia, indiferente
al devenir del curso de las cosas,
compañero del tiempo, esa piqueta
que todo lo extermina.
La vida, simplemente,
admira su bravura y su belleza.

(De La flor del almendro)

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