Jesús habla despacio, con parsimonia. Habla tranquilamente, como si nada ocurriera, desde su más honda serenidad. La paz de Dios, que es la suya, le envuelve en todo momento.
Jesús define la vida eterna como el conocimiento de Dios y de su enviado, un conocimiento pleno, trascendente, que sólo se da en su compañía amorosa y la aceptación de su palabra, por la que llegamos a conocer a Dios. La vida eterna exige el conocimiento de Dios, porque nadie que no conozca a Dios cabalmente puede estar eternamente con él, y de ahí que consista en poder mirarle cara a cara, rebosantes de amor y felicidad.
San Pablo dice, por eso, a sus cristianos que el día que lo puedan mirar frente a frente, el día que también nosotros lo podamos ver tal cual es, con los ojos limpios, seremos como él, es decir, participaremos de su gloria, que es el gozo de la eternidad.
Reflexión
Las parábolas de Jesús
Las parábolas no son exactamente relatos que comportan una enseñanza, sino que ellas mismas son anuncio, kerigma, frecuentemente de lo que hay que entender por reino de Dios, y una de sus novedades es la apelación inicial que se hace al principio a los oyentes: ¿Con qué compararemos el reino de Dios?, un estilo coloquial que no tiene el envarado comentario alegórico del escriba. La Iglesia daría también forma alegórica a algunas parábolas para facilitar su comprensión. Los evangelios nos dicen claramente que Jesús hablaba en parábolas, muchas de las cuales parece ser que no han llegado a nosotros.
Rincón poético
AL ALBA
La tenue luz del alba
se descalzó para pasar el río.
Tiene blancos los pies, blandos los dedos,
como el cariño.
Peces que se acercaron a mirar
curiosos como niños,
brillaron tan azules,
tan plateados, que ellos mismos
se miraban perplejos
como una niña en un espejo frío.
Saca sus pies del agua
el alba prosiguiendo su camino
por entre los naranjos
que acristala el rocío.
Qué triste queda entre cañaverales
el agua verde que da curso al río.
(De La flor del almendro)
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