sábado, 11 de mayo de 2013

Presencia de Jesús en su palabra


Jesús se va, pero no del todo, porque de alguna manera se ha ingeniado el modo de que no  falte ya nunca su presencia misteriosa a lo suyos.  Se va, porque ya está rondándole la muerte, y se queda, porque nos promete su presencia real en su palabra y en el pan eucarístico, mediante el Espíritu, una presencia que comporta un requisito a cambio, permanecer fieles a su amor.
Lo que garantiza la vitalidad y eficacia de la Palabra de Jesús es, de parte de Dios, su origen divino y el respaldo del Padre; y por parte del hombre, el fuego del amor que la mantenga viva. La palabra de Dios es como un fuego que hay que alimentar solícitamente, so pena de que se extinga, y ese fuego sólo se aviva viviendo la vida de Dios, en el cumplimiento de su voluntad, actualizada y expresada por Jesús. Mediante el Espíritu, a quien corresponde ahora también ayudar a sus discípulos a recordar y recuperar la divina palabra en la Iglesia.


                                      Reflexión

                                                         El celo apostólico

Para san Pablo constituye un ardua tensión pugnar contra viento y marea porque el misterio de Cristo llegue a conocimiento de todos.  Y es tal el ardor que suscita en él ese afán, que llega a llamarlo lucha, porque en su intento se debate de incansable modo. No sabéis que lucha estoy padeciendo, viene a decir, por vosotros, escribe a los cristianos de Colosas, para que alcancen un perfecto conocimiento de Cristo, y se deja llevar de su entusiasmo en la consideración de tan soberano misterio, “ en el cual están contenidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia”. Y es que la fe nos descubre a Dios, pero es el amor quien le pone precio. En dos ocasiones vuelve a usar dicho concepto, escribiendo a lo filipenses, al aconsejarles que “luchéis unánimes por el evangelio” y al pedirles presten ayuda a Evodia y Síntique, “ ya que lucharon por el evangelio a mi lado”.


      Rincón poético

   LLAMANDO A MI PUERTA

Llamo a mi propia puerta
porque sé que me habitas y estás dentro. 
Necesito llamar. También yo quiero
estar dentro de mí. Fuera anochece
y está nevando y hace frío.
No me cierres mi puerta. Deja acaso
cerradas las ventanas,
que el viento no se adentre pretextando
que él también tiene frío.
El frío está en las cosas. No hay en ellas
ni atisbos de emoción, 
esa caricia del estremecimiento
que hace vibrara el curso enrojecido de las venas.
Más allá de la puerta, está la noche,
la cerrazón oscura de no verte,
la indiferencia ante la luz azul de tus misterios.
De noche justamente,
vi que en tu busca
venía arrebujado Nicodemo.
Tú alzas sobre los hombres, en la mano,
una candela inextinguible
como un vuelo de luz.
No cabe el mundo donde tú te alojas.

(De La flor del almendro)

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