La visitación de María a Isabel aparece en un contexto de jubilosa comunicación. No es para menos, una y otra están viviendo su propia un misterio gozoso. Es la primera manifestación entre los hombres de lo que hasta este momento es un secreto entre Dios y María. Algo sabe también José, que se le ha dicho entre las brumas de un sueño.
Isabel proclama la maternidad divina de su prima y la bendice. El himno con que María exalta la grandeza de Dios es un recorrido por su santidad que se ha fijado en ella. Ya, en boca de todos, será la Madre de Dios. No se trata de una mera visita más o menos protocolaria de índole familiar. Es un pasaje evangélico revelador de un misterio mariano.
Reflexión
Los milagros de Jesús
La primitiva Iglesia gustaba de los milagros que declaraban el origen divino de Jesús. En Marcos resuenan como motivos de credibilidad por la fe que los desencadena. Hay que aminorar ese sentido apologético que adquieren así y “trascienden las causas naturales”, por más que no quepa negarlo de rotunda manera. No es en los milagros, sino en Cristo resucitado en quien debemos apoyar nuestra fe, y desde ahí asumir los signos con que Jesús se preocupó cuanto pudo en favor de los necesitados.
Rincón poético
CON MOTIVO DEL CARDO
El cardo en el trigal. Tiene moradas
las flores diminutas,
por más que a nadie encanta
esta humilde belleza encarcelada
en su cerco de espinas, y esté a punto
la azuela de escardar que dé a la espiga
abundante cosecha.
El interés del hombre prevalece,
aunque escarnezca cardos y amapolas.
Bridas pondría y frenos a las nubes,
si la mano del hombre
pudieran domeñarlas como al asno,
la oveja y el obrero.
Menos mal que tampoco
nos obedece el viento,
la cascada y la nieve.
Siga rompiendo en los cantiles
el oleaje su fragor;
vuelvan a bracear en la colina
las aspas del molino,
llueva donde Dios quiera;
dejad que el río, rebosando, inunde
la orilla virginal.
También que el cardo, en fín,
florezca en los trigales
dando sombra a perdices y abubillas.
No olvidéis que las manos creadoras
merecen alabanza y un respeto.
( De La flor del almendro)
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