martes, 7 de mayo de 2013

Promesa del Espíritu


Podemos decir que en este pasaje es donde Jesús promete a sus seguidores que, en su ausencia, dispondrán del amparo del Espíritu de Dios. Si yo no me voy, les dice, no vendrá a vosotros el Espíritu, porque el Espíritu cumplirá la función de ocupar su lugar y hacer sus veces.
El Espíritu hará presente a Jesús en su Iglesia de modo espiritual, porque esa es su manera de ser como tal Espíritu. Lo hace presente en el bautismo, lo hace presente en su palabra, lo hace presente en la asamblea de los fieles.
En el antiguo testamento no es fácil descubrir la función del Espíritu de Dios como persona distinta a la del Padre, por más que aparece como creador de la vida en el mundo e inspirador de la palabra a los profetas y mediadores. Él es quien purifica, a manera de tizón de fuego, los labios de Jeremías que han de pronunciar la divina palabra.
Aquí, en estas palabras de Jesús, se ve claramente la condición personal del Espíritu de Dios, ya que ha de sustituir a la persona de Jesús, persona por persona, función que no podría realizar, de otro modo, si no fuera consustancial con él.

Reflexión

Creer y padecer por Cristo

San Pablo escribe a los cristianos de Éfeso y les encarece las gracias que han obtenido por los méritos de Cristo, la gracia de la fe que nos salva y la gracia de padecer por él, como prueba del amor que se le tiene. Alegres salieron del Sanedrín los apóstoles porque se les había azotado por predicar a Cristo. Padecer por Cristo es merecer un lugar en la cruz que nos santificó justificándonos.

Rincón poético

  EN LA ATARDECIDA

Ya no me queda tiempo
para hablar con vosotros,
dijo Jesús como quien de la popa
dice adiós agitando su pañuelo. 
Unos olivos de crispado tronco
sabrán de su aflicción, 
de sus palabras resignadas
con que medir sumiso
la dolorida voluntad del Padre.
En los relojes de cintura prieta
ya no quedaba arena.
A él que era la eterna
Palabra junto a Dios,
ya no le queda tiempo y se debate
entre vivir o recostar la frente
en las tinieblas sepultadas
de hospitalaria piedra.
Era apagar la luz para dar paso
a una noche cerrada, sin estrellas.
Pero la luz de Dios nunca se extingue
y la noche abisal
resbala como anguila viscosa entre sus dedos.
Se acabó el tiempo apenas,
porque  otra vez, de pronto,
como un cerezo en flor, en Galilea,
amanecía rutilante,
ya para siempre nueva, la Palabra.

(De La flor del almendro)

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