lunes, 20 de mayo de 2013

Todo es posible al que tiene fe


Jesús cura a un poseso, o si se quiere, a un paciente que sufre incontrolables arrebatos de histeria. En vano lo han intentado sus discípulos e incluso al padre de la víctima le examina previamente de la fe que tenga, que no deja de ser una fe titubeante. Y pronuncia entonces una sentencia que explica cuál es el remedio contra males que parecen incurables: la fe. Todo es posible al que tiene fe, sentencia Jesús.
Nuestro peor achaque no es la posesión, sino la falta de fe. Estamos como muertos vivos, sin saber  lo necesario que es que Jesús nos incorpore cogiéndonos de la mano y poniéndonos en pie.


                                         Reflexión

                                                           La historia de Dios

La historia de Dios es la historia de su relación con el hombre y por lo tanto, primordialmente, la historia de Jesús y su Iglesia. La de Jesús comienza en Nazaret y concluye en la cruz. Su resurrección sucede más allá del tiempo y pertenece al misterio de su eternidad con el Padre. Aquí, entre los hombres, cede su lugar al Espíritu Santo, que le hará espiritualmente presente en la congregación de los fieles, en la palabra y los sacramentos. El espíritu escribe ante Dios la historia de la Iglesia con la sangre de los mártires. El Apocalipsis es un inefable ensayo previo


                                      Rincón poético

EL VUELO DEL GAVILÁN

El gavilán, liviano
como la luz, cierne su vuelo
en la cumbre del día.
Así también el viento,
cuando lanza su lazo 
sujetándole al cielo la cintura.
No aletea, resbala; no sujeta
a nada su figura, se desliza
a impulsos de su propia decisión.
Va de caza y los pájaros se asustan:
y al instante, en huida presurosa
pliegan su vuelo en la intrincada
fronda de las encinas.
Sus garras lo definen,
crispadas como el odio y arañazos.
El gavilán es eso, una mirada amenazante
desde el ápice agudo
de un cono escrutador de sabandijas
y sierpes sigilosas.
Súbitamente, cae como una pica
sobre su víctima, que su pico destroza,
envuelto en estallido
silencioso de plumas.
Depredador de cielos y de nubes,
recupera al instante su gran vuelo de seda
El águila, el halcón, el gerifalte,
usan su misma sombra; pico y garras
son comunes también 
en los escudos nobiliarios.
La complacencia cortesana
siguiendo atenta,
desde la almena, su gallardo vuelo,
pule sus ojos por igual.
La arrogancia asemeja
nobleza y cetrería.

(De La flor del almendro)

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