lunes, 6 de mayo de 2013

El testimonio


Jesús avisa a sus discípulos de que atravesarán adversidades sin cuento, sólo que no les ha de faltar el Espíritu de Dios que les actualice todo lo que les ha enseñado y les alentará, dando testimonio de él, es decir, testimoniando que él es el Hijo de Dios anunciado en las Escrituras. 
Y aún añade cuál debe ser la correspondencia que esa presencia del Espíritu de Dios exige de su Iglesia, y es que también ellos darán testimonio de él, y la manera más definitiva de testimoniar a Jesús es confesarle, dando la propia sangre por él si es preciso, que es tanto como decir que serán testigos de la fe que él les ha predicado. La palabra mártir, de origen griego, equivale a testigo en las lenguas latinas. Mártir es el que atestigua su fe con el martirio.
Jesús es el primer mártir de esa misma fe que enseña a sus seguidores, el Testigo fiel según el Apocalipsis, el primer testigo, que da su sangre por ellos, y esa fe en Cristo es nuestra misma fe, que todos debemos testimoniar, al menos con nuestra conducta cristiana. El Espíritu de Dios nos acompaña.

Reflexión

                                                                      Dicho y hecho

Gran parte de su vida pública, ha venido esquivando Jesús a sus exaltados enemigos que, una y otra vez, han tratado de quitárselo de encima. Saben que no les asiste la razón, lo que les encorajina. ¿Qué hacer ante un hombre bueno que hace milagros para paliar el dolor de enfermos y desvalidos, y no piensa  como ellos? Mal enemigo la bondad para quien se sabe perverso. ¿Qué hacer entonces? ¿Hay a la mano remedio alguno? Lo hay, claro está: matarlo. Dicho y hecho.
   
                                       Rincón poético

          A LA ESPERA

Dios está ahí, llegando sin demora.
Me lo dice la fe, sabiduría
del misterio que es Dios. Y mi alegría
se estremece por eso, como el viento
un almendro, en mi sangre gratamente.
Dios es amor y ocupa su grandeza
en amarnos sin tino, como sólo
él sabe amar, enamorado
de nuestro barro humilde.
Espero ver muy pronto la belleza
sublime de su luz, que nadie sabe
imaginar. Espero
poder besar su mano dadivosa; 
recostar en su pecho mi cabeza
como un día san Juan;
mirarle cara a cara hasta quemarme
hecho todo ceniza ante sus pies, 
porque está ahí, llegando sin demora.
Me lo dice al oído
quedamente la fe.

(De El almendro en flor)

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