domingo, 26 de mayo de 2013

La Santísima Trinidad

 El misterio de la Santísima Trinidad es el más profundo de todos los misterios. San Agustín, en su intento por desentrañarlo, nos enseña que no sirve de mucho empeñarse en especular con él, como quien analiza una realidad cercana a nuestro mundo. Por eso, la  expresión humana de la Trinidad no pretende ser una expresión exacta de los que Dios sea, sino una aproximación. Dios es accesible a la fe y al amor; no tanto a la inteligencia humana. Incluso nuestro lenguaje ha sido hecho a la medida de nuestra inteligencia, no a la medida de Dios.

La Trinidad es un símbolo humano con que expresar el lado inefable e inasequible de Dios, ese lado oculto que no podemos penetrar nunca del todo, porque rebasa los límites de nuestro entendimiento. El mismo san Pablo en su Carta no se esfuerza en hablar directamente del misterio en sí, sino de su función salvadora, que implica a las tres divinas personas, igualmente interesadas en el bien del hombre, ese espejo humano donde Dios quiso reflejarse objetivando en él su semejanza. 

Y en ese intento salvador, el Padre es quien traza el modo de recuperar para sí a la criatura que cometió el desatino de rebelársele, desafiando los límites de su libertad. El Hijo, encarnándose, lleva a cabo ese proyecto salvador; y el Espíritu que les comunica, media entre el Padre y el Hijo, inspirando a Jesús palabras y hechos salvadores para hacerse comprensible y para devolvernos a la amistad de Dios. En el evangelio de san Juan hemos visto, días pasados, cómo Padre e Hijo son una misma cosa, unidos por el Espíritu que les es común, y el amor que define a Dios se confunde con esa consubstancialidad divina.
Jesús enseña a sus discípulos que las verdades que le atañen a él, atañen por igual al Padre, porque provienen de él, con quien es una misma cosa. Y que en la tarea de propagar y hacerle presente a él en el mundo, dispondrán de la ayuda del Espíritu Santo, que es el Espíritu del Padre y de Jesús. Es a él a quien compete ir esclareciéndonos lo que significan uno y otro en la vida de la Iglesia.
Hablemos de Dios y hablemos con Dios para familiarizarnos cada vez más con él, en la persona del Padre, en la persona del Hijo, en la persona del Espíritu Santo.

Reflexión

Pedro, ¿me amas?

En un mismo texto, en el que Jesús examina del amor a Pedro, el original griego usa dos verbos diferentes que nosotros traducimos indistintamente por amar, agapao y fileo. Agapao significa amarse como se aman las tres divinas personas y hemos de amarnos nosotros; fileo es amarse como se aman los amigos. Jesús pregunta a Pedro: ¿Me amas como hemos de amarnos los cristianos? Y Pedro replica con una evasiva: Tu sabes que soy tu amigo. Insiste Jesús y obtiene la misma respuesta. Por tercer vez, Jesús pregunta: ¿Verdaderamente eres mi amigo? Pedro se entristece. Realmente no lo ha sido mientras le negaba una y otra vez.

Rincón poético

         MI PADRE

Quisiera ver la cara que pondría
 mi padre si hoy me viera
tan crecido, tan lleno
de libros y alifafes, 
esos mordiscos que nos da la vida.
Quisiera que supiera que he crecido
en la fe que él tenía, en la esperanza
que puso siempre en mí, en observar
sus consejos últimos,
la mano temblorosa,
junto a la cama agonizante, 
en el amor debido a mis hermanos,
y a la casa tan honda y escondida,
y a unas macetas con geranios rojos
y al gato de la abuela tan travieso
y a los tranvías amarillos
envueltos en chirridos y estridencias
como un castigo sin merienda
o el beso de mi madre al acostarme.
Fue un hombre bueno. Se murió, muy débil,
rodeado de todos los amigos,
un abogado, un carpintero,
mecánicos, vecinos, un astroso
mendigo, la duquesa del tercero...
Creo que en un rincón, Dios le esperaba
con un cáliz de plata entre los dedos.
O de latón, ¿qué importa?

(De La flor del almendro)

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