Jesús habla largo y tendido con sus discípulos y previendo las circunstancias adversas que, por seguirle a él, habrán de sortear, les administra una receta que les reconfortará, como es tener presente, llegado el momento, que antes que ellos, él soportará el acoso de quienes ejercen el poder y la arbitraria hegemonía del pensamiento. Así las cosas, no ha de escapar a la muerte.
Quienes le sigan, han de ser como él y pisar sus mismas huellas. Y lo razona avisándoles de que pretender lo contrario es un desatino, ya que, si lo miran bien, no es el siervo más que el amo.
Reflexión
Presencia del Espíritu de Dios
Jesús les ha revelado la verdad; después de él, el Espíritu de Dios nos da la fuerza y medios para hacerla efectiva. El buen discípulo percibe esa fuerza espiritual y puede cumplir entonces los mandatos recibidos de Jesús. Si el mundo no puede percibir la presencia del Espíritu, es porque le entenebrecen la injusticia y la muerte, entendiendo por injusticia la negación de Dios y sus mandatos, y por muerte, el pecado.
A la muerte le repugna la vida; a la mentira del mundo, la verdad de Dios. Es como poner una llama ante los ojos de un ciego. Puede que adivine algo, pero no ve.
Vivamos atentos siempre a la voz de Dios que nos enseña puntualmente sus verdades.
Rincón poético
VENID A MÍ LOS ATRIBULADOS
Jesús tiene las manos
rotas por las heridas;
nadie compartirá
como él nuestras fatigas.
Sabe de sinsabores,
de acosos y de intrigas
y al que sangra como él
le restaña la vida.
Venid a mí, invitaba
a la gente sencilla
que rasgada arrastraba
el alma desvalida.
¿Qué no sabrá el que tiene
nuestra misma medida
y le han roto las manos
quienes no le sabían?
(De El almendro en flor)
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