viernes, 17 de mayo de 2013

¿Me amas más que estos?


     El examen a que somete Jesús a Pedro, lo es a título personal. ¿Me amas tú más que estos? Y Pedro dice el evangelista que se entristeció, rehuye decir que sí abiertamente y se refugia en la sabia intimidad de
Jesús, que sabe si le ama o no y en qué medida. Pedro pensaba, cómo no, en sus tres traiciones.
    Uno considera si no será éste el examen al que nos someterá Jesús individualmente a cada uno de nosotros, porque como bien dice san Juan de la Cruz, al atardecer de la vida, se nos examinará del amor.  Pedro le había traicionado tres veces y le pregunta tres veces. ¿Cuántas nos preguntará Jesús a cada uno de nosotros? ¿Sólo tres?
    Mientras tanto, hay un modo de lavar las propias culpas, como es ir sufriendo la penitencia que los años nos van imponiendo con sus achaques y su pesadez. Lo dice Jesús: De joven, tú mismo te ceñías; entrado en años, por tu creciente invalidez, tendrás que depender del amparo de los demás. Este tener que depender de otros, es un signo de falta de libertad, de soltura de movimientos; un ir uno a remolque de los demás dejando de ser uno mismo. 
     La ancianidad no es pecado, pero puede ser un lavadero de nuestros desmanes, una clara penitencia, si unimos sus estrecheces a las de Jesús, porque no son los sufrimientos los que purifican, sino el amor con que los aderezamos. Y de ese amor nos examinarán al atardecer de la vida.


                Reflexión

Comer y beber espiritualmente a Cristo

Vivimos por y para Cristo, y de él nos alimentamos espiritualmente. No comemos y bebemos en las manos de Cristo, que es como harían unas palomas; nos nutrimos de su misma realidad espiritual. Comiéndole y bebiéndole, se aloja en nosotros, se hace nuestro, y de ahí que su palabra nos alimente, porque su palabra es él, y su verdad nos nutra, porque es él, y su cuerpo y sangre, espiritualizados por el Espíritu, nos reconforta, porque es él, y su resurrección nos vivifique, porque es su verdad definitiva, su vida eterna.


                                     Rincón poético

MI ÁNGEL PARTICULAR

Mi ángel de la guarda
me llama alguna vez por el teléfono
pulsando las estrellas. 
Sus dedos son tan finos que parecen
que fueran de puntillas,
picoteando como unos gorriones
en la dorada arena de los cielos.
No caminan los ángeles, habitan
pequeñas nubes, blancas como charcos
de tiza. ¿Habéis tenido
alguna vez la suerte de mirarles
a los ojos? Los tienen
limpios como un flor, 
la piel anaranjada
como sutiles alas de libélula.
¿Cómo los hizo Dios? Probablemente,
de los traslúcidos recortes 
que le sobraron al crear
el aleteo de la luz diurna.
Son como soplos blancos, 
tenues soplos de brisa, palabras
que ha pronunciado Dios alguna vez
y han quedado en el aire para siempre.


(De La flor del almendro)

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