sábado, 25 de mayo de 2013

: Dejad que los niños




Los discípulos de Jesús apartan  solícitos a los niños para que no le estorben en sus enseñanzas. Sólo que los niños son para él el icono de los desvalidos. Un niño necesita de todos inocentemente, sin ser consciente de su insuficiencia. Vive su dependencia con absoluta ingenuidad. Quien no se haga tan necesitado de todo como un niño, quien no encarne la pobreza interior que significa Cristo mismo, no va por el camino que conduce a Dios, sino por el suyo propio.


                                       Reflexión

                                                           Un mismo sentir

A veces se ha llamado a los escritos de san Pablo el cuarto evangelio, por la altura y sentido de su contenido tan cercano a la predicación de Jesús. Es el evangelio de Jesús vivido por él y sus iglesias, a las que pide unión y concordia. “Colmad mi alegría, dice a los de Éfeso, teniendo un mismo sentir, un mismo amor, un mismo ánimo". Jesús, en su oración al Padre en el Cenáculo, le rogaba que mantuviera a sus seguidores unidos entre sí y que el amor mutuo, a semejanza del amor trinitario, y la calidad de su fe, serían un testimonio eficaz ante el mundo.


                     Rincón poético

UN CLAVO EN LA GARGANTA

Un clavo, tengo un clavo en la garganta
que no me deja hablar. Tal vez, ocurre 
que ya lo he dicho todo y nadie escucha,
por más que abrevo mis palabras
en el dolor de haber vivido tanto.
Tienen cabal explicación
las cosas más sutiles, si la humildad nos dicta
el modo más sencillo de aceptarlas.
No le apetece a nadie
disputarse a pedazos -como fieras
un pedazo de carne-, el sufrimiento
de los demás. Todos arrastran,
ay, su particular desvalimiento,
que el buen gusto, y acaso
la propia discreción, no manifiestan.
Tampoco quiero yo que mis fatigas,
ya enterradas, despierten
sangrantes otra vez,
para agobiar a nadie.
Demos por acertado, en ese caso,
que quede todo como está, 
por más que duela -como duele al preso
la reja que le enclaustra-,
llevar un clavo en la garganta, al vivo,
que no me deja hablar. 

(De La flor del almendro)

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