viernes, 21 de junio de 2013

Donde está tu tesoro

El pasaje comenta la primera bienaventuranza, desde la renuncia a las riquezas, ya que nuestra riqueza definitiva es Dios, tesoro incomparable frente a los bienes de la tierra.  Desde la frivolidad, sin embargo, anteponemos nuestro bienestar material a todo, sin pensar que nada llena el corazón del hombre como las riquezas imperecederas.
Somos ambiciosos hasta envidiar los bienes ajenos, por eso habla el texto del ojo perverso, que el hebreo significa envidia, el colmo inútil y pernicioso de la ambición y la avaricia, porque lo único que produce la envidia es desasosiego y malestar.  Frente a la ambición, cuna de la envidia, Jesús aconseja  el desprendimiento, la esplendidez, signo de luminosidad, en cuanto nos induce a compartir gratamente lo que se tiene. La esplendidez, el brillo de la mirada, se opone a la oscuridad del ojo envidioso.
Ver las cosas como son, con ojos limpios, debiera ser nuestro tesoro. Que Dios limpie nuestros ojos de la escoria de la avaricia.


Reflexión

Jesús, Señor de todas las cosas

En la versión griega llamada De los Setenta, que los judíos helenistas trasladan al griego, se encuentran con dos nombres referidos a Dios, Yahvé y Eloím. Yahvé es el nombre con que Dios se da a conocer al pueblo hebreo en el Sinaí. Eloím se le llama a Dios como creador de todo. Los Setenta entonces traducen Eloím por Señor, acepción que recoge la primitiva Iglesia, aplicada a Jesús, Señor de la historia, para quien y por quien se hizo todo.  
      Puede comprobarse en los evangelios, donde Lucas lo usa ciento tres veces, Marcos dieciocho, Mateo ochenta, y cincuenta y dos san Juan (Cfr. Barbaglio, ed. Sígueme)

Rincón poético

EN DISTINTO SUELO


Recuerdo un día cuando tuve
que dormir en el suelo, arrebujado
en una fementida
manta de borra. No tenía
donde dormir aquella noche. 
Mas un pobre descansa intensamente
sobre la dura almohada
de sus propias carencias.
He conocido noches inclementes
congeladas de frío,
noches que tiritaban como estrellas
acristaladas de rocío.
He conocido el rostro macilento
de la pobreza, tan desmejorada,
que aborrecí ser pobre. No sabía
el sabroso sentido y la alegría
robusta de las bienaventuranza.
Ser pobre es no tener y haber abierto
tu puerta la limosna cotidiana
de la mano de Dios, saber que tienes
un amigo sincero en quien fiarte
en la persona pordiosera 
de Cristo. ¿No sabía,
o no quise saber?
No tener pan es una cosa;
no tener ni siquiera
un pedazo de amor que llevarse a la boca,
es la desdicha insostenible
de no poder dormir plácidamente
acostado en el suelo.
Yo sé que tengo al menos un amigo
insobornable en quien puedo fíarme,
y duermo bien, como imagino a veces
que se puede dormir en nube.

(De La flor del almendro)

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