Los saduceos pertenecían en su mayor parte a la clase sacerdotal y a la nobleza laica; tenían una escuela propia de escribas, y no admitían la tradición creyente en la resurrección, alegando que no figuraba en Moisés.
No faltaron profetas que hablaron del misterio de la resurrección, como son Isaías, en quien se lee que la multitud de los que duermen en el polvo, se despertará, unos para la eterna vida, otros para su vergüenza y confusión; en el libro de los Macabeos, una madre dice a sus hijos que si desprecian su vida en defensa de los santos lugares, el Creador se la devolverá; y Job asegura que su Redentor vive, y que en el último día le resucitará del polvo.
Jesús reprocha a los saduceos la frivolidad de su objeción. Que una mujer se hubiera casado siete veces, no demostraba nada. La respuesta de Jesús desmonta el argumento. En el cielo no hay necesidad alguna de descendencia, por lo tanto tampoco de matrimonio.
Cristo allana así también a sus discípulos el misterio de su propia resurrección. A los textos del AT, habría que añadir las palabras de Jesús en Betania, con motivo de la vuelta a la vida de Lázaro: Yo soy la resurrección y la vida. San Pablo remacharía este misterio al decir que si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe quedaría vacía de sentido.
Reflexión
Jesús salvador
Que Jesús sea hombre de bien que en favor de gente menesterosa recurre a los dones extraordinaria del Espíritu para satisfacer sus necesidades, no sólo figura en los evangelios, sino que lo reconocen sus mismos adversarios. Cabe advertirlo en el alegato de los fariseos al achacarle que hace sus portentos con ayuda del diablo e igualmente en las burlas de quienes, viéndolo indefenso en la cruz, se mofan de él diciendo que es capaz de salvar a otros, pero no puede hacerlo consigo mismo. Unos y otros reconocen su poder, sólo que ahora lo ven indefenso y le someten a burla. Y una vez más, Jesús, en una actitud dignísima, ni les replica con su la fuerza de su poder: hace oídos sordos a la necedad y ni les responde.
MI CAPILLA INTERIOR
Quien cree en Dios, quien ama con resuelta
entrega de sí mismo a los demás,
lleva en sí mismo un oratorio
donde poder arrodillarse
ante Dios, y rezarle y mirarle,
como quen mira al sol,
a los ojos, cantando alegremente
los cantos que aprendiste de pequeño,
tan limpios y olorosos, tan sinceros
como la luz de la verdad.
Es la celebración de una liturgia
particular. Ángeles miran
tu invención sacrosanta,
mientas, surcando el cielo,
pasa una nube con un incensario
armonioso en la mano.
En la fe están mis velas;
en el amor un candelabro.
(De La flor del almendro)
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