domingo, 9 de junio de 2013

La viuda de Naín

Son varios los casos en que Jesús, de sorprendente manera, devuelve a la vida a personas que la habían perdido, como la hija de Jairo, en Cafarnaún, éste del hijo de la viuda, en Naín, Lázaro, en Betania, donde Jesús declara a Marta su condición divina referida a su resurrección y algo que explica su actitud ante todos estos tres casos: él es la vida y puede darla a quien ya no la tiene.
En el caso de la viuda de Naín, hay una motivación muy concreta. La lay establecía que al quedar viuda una mujer, el cuñado pasaba a ser su compañero; le daría descendencia en memoria del marido muerto, y se adueñaba de la herencia, sumiendo en la mayor pobreza a la mujer, a no ser que tuviera un hijo que se hiciera cargo de ella. Esta mujer, al perder al hijo, pierde su independencia y lo pierde todo.
Jesús conoce todas estas singularidades, y al devolver la vida al hijo, no sólo alegra el corazón de la madre; le devuelve a ella una condición social que tenia ya perdida.
En realidad, Jesús no resucita a la gente; la devuelve a la vida. Se resucita para siempre cuando concluido el itinerario tenporal, el Espíritu de Dios nos abre las puertas de la vida eterna, de modo que quien cree en la palabra de Cristo no muere nunca del todo, porque identificado con él, viviremos eternamente. 

Reflexión

Los discípulos de Jesús

La palabra discípulo aplicada a los seguidores de Jesús, está tomada de los alumnos de los rabinos, que enseñan la Torá. Hay diferencias. El discípulo rabínico, llegará a independizarse como maestro. El discípulo de Jesús lo es para siempre: Vosotros no permitáis que se os llame maestros. Y la enseñanza no se
cifra exclusivamente en la Torá, sino que su evangelio contiene la vivencia desprendida de otra ley, la de la entrega a los demás en seguimiento de Jesús, cuyo cáliz han de beber también ellos.

Rincón poético

    POR LA CALLE

He salido a la calle. ¡Tanto tiempo
solo en mi alcoba! Necesito
sentirme entre la gente, ser yo mismo
gente también, desnudo, despojado
de todo afán de singularidad, 
uno más en el cauce
de los demás, como la hormiga
en nada diferente de otra hormiga.
Y hay que saber estar, sentir las mismas
ilusiones, los mismos
conflictos, compartir sus mismos gozos,
sus mismas alegrías, porque nadie
es el trillo olvidado de las eras,
sino el puñado de bruñido grano
que se esponja en el pan.
El pan; esa la medida remecida
de ser para los otros;
esa manera de estar vivo
como una rama verdecida
de la morada vid que viven todos.
(De La flor del almendro)

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