Jesús había ya enseñado que el seguimiento era una forma de vida que comporta la negación de sí mismo, dejando de ser uno centro de todo lo que nos circunstancia y determina. Ahora añade que cada cual es muy libre de optar por él o por sí mismo. Pero si damos ese paso, desde ese instante Cristo ha de ser determinante en nuestra vida
No lo entienden así quienes ponen condiciones al seguimiento de Jesús y le piden que espere, que no tenga prisa, que sea considerado con ellos. Jesús se muestra tajante entonces. Es él quien pone las condiciones.
Podemos elegir otras alternativas, pero Jesús no deja de avisar entonces del peligro de jugar con nuestra salvación, hasta el punto de que dejó dicho a estos tales que sean cautos y precavidos con sus preferencias, porque quien opta egoístamente por salvar su vida, acabará perdiéndola; y al contrario, quien corre el riesgo de perderla por él, la pone a salvo. Cambian con él los valores de la vida.
Todos hemos sido llamados por él y todos tenemos en la Iglesia una función que cumplir, destacada o humilde, pero siempre comprometida, porque nos llama para que colaboremos con el en la construcción de su Iglesia, desde nuestra ejemplaridad, nuestras oraciones, nuestra conducta cristiana con que hacemos presente a Cristo en el mundo.
Ojo perverso
Comentando Jesús la primera de sus bienaventuranzas, al condenar la ambición, recurre al símil de la lámpara para aplicarlo a los ojos. Los ojos enfermos, sin luz, nos sumen en la oscuridad, que es lo que le ocurre a la envidia, efecto ruin de la ambición.
Y es que ojo perverso llama el hebreo a la envidia, que no deja ver bien, que oscurece el corazón, en tanto que dicho término, en castellano, procede del étimo latino in-videre, no ver. Es la misma ceguera que nos deja a oscuras desde la avidez de los bienes ajenos.
EL CANTO DEL JILGUERO
Está cantando un pájaro y no sé
si su canto es acaso el del jilguero.
Canta con frenesí, desaforado
cual si acabara de romper
la jaula prisionera.
El hilo de su canto entrecortado
va entrelazando a saltos jubilosos
la cremallera de su melodía.
Su canto es él, como de las raíces
de un almendro su flor.
La garganta, la experta
garganta del jilguero,
florece como ramo de lilas cuando canta.
Alaban todos,-no al jilguero-,
a la calandria, al ruiseñor.
De qué vale asignarles jerarquía.
Todos cantan
y es singular su melodía.
¡Quién tuviera una lira en la garganta!
(De La flor del almendro)
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