lunes, 24 de junio de 2013

Natividad de san Juan Bautista

La figura de san Juan Bautista cobra toda su importancia como precursor de Jesús. El evangelio de Lucas apunta cuatro momentos de su vida: su nacimiento, la circuncisión, la imposición del nombre y la manifestación como profeta.
La vida pública de Juan viene precedida de su extremada austeridad en el desierto hasta su aparición en Israel como precursor del Mesías. Isaías, alude al ardor y audacia de la predicación, al decir: “Hizo de mi boca una espada afilada”. Justamente ese ardor en la denuncia de los extravíos escandalosos y arbitrariedades de la autoridad civil, le llevaría al martirio, hecho que Jesús interpretaría como señal fijada por Dios para el comienzo de su propia vida pública.
Recluido en la cárcel,  rota la continuidad de su obra, llegará a dudar si su misión no pasaba de ser un bello sueño y envía emisarios a Jesús, quien le desengaña y confirma que el mesías que ha venido anunciando, lo es realmente.
La figura penitente de Juan, vestido andrajosamente con piel de camello y comiendo saltamontes y miel silvestre, ha conquistado la simpatía del pueblo cristiano. Hoy como ayer, el Señor sigue necesitando de personas dispuestas a preparar el camino que haga presente a Jesús en el mundo. Asumamos como Juan el Bautista un quehacer testimonial que nos incumbe a todos.

Reflexión

La ley, ¿un fin en si misma?

La ley, según Pablo, informa sobre qué pecados hay que evitar. Es un ético listado informativo, que el pueblo hebreo veneró como un fin en sí mismo. Para Cristo, que ha venido a depurar la ley y darle una plenitud de que carecía, la ley es la consecuencia inevitable de creer en él, como Hijo de Dios; seguir esa ley es seguirle a él y amar a Dios y a los demás como amó él. La ley es un medio para ir al Padre por el camino que es Cristo. Dios es amor y por la escala del amor se llega hasta él.

 Natividad de san Juan Bautista

MIS AMIGOS MUERTOS

Se me han ido y se van
hacia la luz de Dios, desde la noche
cerrada de su muerte; no sé cuántos
amigos, incontables compañeros. 
No los quiero contar.
Otros están mordidos
por alifafes traicioneros.

No hay igualdad de vida,
aunque se viva más, como los ríos
que la lluvia acrecienta y los arroyos
de mediocre caudal intermitente.
El tiempo lo da Dios, el tiempo es suyo
y lo asigna a lo hombres como quiere.

Sé, mi Señor, que están todos contigo, 
que los llamaste tú y les diste un sitio
en la dicha sin lindes de tu casa.
Sé que gozan entonces júbilos imperecederos.
Cuídamelos como quien abre a un hijo
los amplios brazos de tu amor eterno.

(De La flor del almendro)

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