domingo, 14 de julio de 2013

El buen samaritano

En la parábola del samaritano, todos los que pasan ante el hombre desvalido, cumplen la ley a su manera, no a la manera de Dios. El sacerdote y el levita, hombres dedicados a él, cumplen así la ley del sábado, una ley adulterada y llevada al extremo de la deshumanización, pero eso sí, creen estar a bien con Dios, aunque no con el hombre.
  Carecen del sentido crítico de la realidad, y no saben, como Jesús enseña, que el sábado, como toda ley, está hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. Cuando la ley degenera y deja de ser un bien, esclaviza el hombre a la letra, y entonces hay que abolirla, hay que tacharla sin más consideración.
El samaritano es un hombre libre de los convencionalismos vacíos de la cultura judía, porque él sí tiene sentido crítico de la realidad y rechaza los formalismos malsanos. Antepone primero el servicio compasivo en favor del hombre necesitado. Para él todo lo que tenga algún interés humano atrae sus atención y provoca una reacción cordial en él. 
Quien carece de capacidad crítica para discernir y enjuiciar lo que ocurre en su entorno, no puede ser buen samaritano. Cada vez que nos alejamos del amor y de los compromisos de la solidaridad, nos alejamos del evangelio, cuya ley es justamente el amor que nos hace tolerantes, comprensivos y compasivos. Quien no ama, no tiene razones para hacer nada por nadie.


Reflexión

El dedo de Dios

A quienes le achacan que hace sus prodigiosas curaciones con el respaldo del diablo, Jesús les declara que es el dedo de Dios quien pone su poder al servicio del hombre.
El dedo de Dios es el Espíritu del Padre y de él mismo. Él es quien administra la gracia divina en sus dones. Y Jesús se cuida mucho de enorgullecerse arrogándose lo que conviene atribuir a Dios en la persona del Espíritu Santo. Por su humanidad, sentimos más cercan a Jesús. No olvidemos que le habita el Espíritu del Padre, a quien debemos dar alabanza y gloria rendidamente.

Rincón poético

LA VIDA SIEMPRE

No me gustan los muertos
de boca negra
y labios ciegos
que no puede besar
ni percibir la paz del cementerio.
Me gusta ver que viven
en las rosas rojas,
en los crisantemos,
con las manos juntas
rezando, latiendo.
Quiero sentirlos vivos. 
Están vivos los muertos,
si la fe les habita,
si el amor les da aliento, 
si hay luz en sus pupilas.
Dios siempre está con ellos.

(De La flor del almendro)

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