viernes, 19 de julio de 2013

El sábado y las espigas

Jesús emprende la tarea de ir educando a sus apóstoles, valiéndose de los pequeños acontecimientos de la vida diaria. En este caso es la extrema necesidad a que les somete la pobreza en que viven: no tienen nada qué comer. 
El tema es si le es lícito a una persona, acuciada por la necesidad, apagar su apetito deshaciendo unas espigas en la palma de la mano, a pesar del descanso sabático que, según la doctrina imperante, prohibía toda actividad.
Jesús demuestra tener un fino sentido crítico de la realidad cuando muestra que la ley se ha hecho en favor del hombre, y no para  agravar su peso ingrato. David, Oseas, anteponían el amor, a los sacrificios, y amor es lo que derrocha el samaritano y amor es lo que derrocha Jesús cuando cura enfermos.
Lo más santo no es acentuar el rigor externo de la observancia, sino el espíritu humanizador que debe alentar en toda ley. Y así, el amor  santifica lo que hacemos para gloria de Dios y en favor de los demás.

Reflexión

En buen samaritano

El relato del buen samaritano es una de las parábolas más ingeniosas entre las imaginadas por Jesús para dar plasticidad a su enseñanza. Hay en ellas recursos que contribuyen a dar dramatismo a la acción, como es el comportamiento encontrado entre un samaritano, que un judío excluye incluso del trato, al considerarlo poco menos que persona sectaria, y dos servidores del templo, sacerdote uno y levita el otro. Es sábado. Y en una misma situación -un hombre mal herido por unas bandidos-, los religiosos se abstienen de prestarle ayuda persuadidos de que el descanso sabático lo impide. El samaritano entiende que las leyes no pueden ser nunca inhumanas, y socorre al herido, y qué la mejor manera de honrar a Dios el sábado, el lunes, el jueves, es proceder como todo judío espera de él, con misericordia.

Rincón poético

INVIERNO DE 2013

Estos días ta viejos y agrietados,
estos días nublados tan oscuros
del invierno, estos días achacosos
de pátina tan gris,
han perdido el encanto del otoño,
su dulce mediocresidad.
El invierno, arrastrando
los pies como un anciano
inseguro, al andar, falto de vida 
como un enfermo, titubea.
A veces el invierno
va inscrito, amortajado, en nuestros huesos.
Mirad sus manos azarosas,
cómo castañetean sus dientes amarillos,
cómo tiemblas sus labios, done afluye
la sangre, amoratada como lirios
que la frivolidad del tiempo pisotea.
Tenedle compasión; es un anciano
caduco, a quien persiguen
los ladridos de un perro sin descanso.

(De A la sombra de un álamo)

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