Este prodigio de Jesús ocurre en Cafarnaún, que él llama su ciudad, porque ahí es donde descansa y vive, en casa de Pedro. El pasaje queda abreviado en comparación con los de otros evangelistas, porque Mateo prescinde de los detalles que considera no relevantes.
La gente entendía que las enfermedades eran fruto de algún pecado previo, que Dios castigaba severo, de modo que el pecado era la raíz de la enfermedad. Arrancar la raíz era acabar con la enfermedad, y esto se lograba bien perdonando el pecado, bien sanando la enfermedad. O sea, sanar y perdonar era lo mismo.
Ocurre, sin embargo que en Israel, según los formalismos religiosos, fundados en una imagen de Dios distante y temible, estaba permitido sanar, pero perdonar era una blasfemia. Sólo Dios podía perdonar. Jesús sale al paso de estas sutilezas absurdas haciendo ver que no había diferencia entre lo uno y lo otro, aparte de que a él, como a Hijo de Dios, no le estaba vedado perdonar de ninguna de la maneras.
Jesús nos está pidiendo que seamos razonables y sinceros con nosotros mismos, evitando falsos convencionalismos y raras sutilezas que no dicen bien con la verdad de Dios. Que él nos dé un poco de su sinceridad insobornable.Reflexión
Los dos caminos
Uno de los libros de la antigua literatura hebrea lleva por título Los dos caminos, una obra sencilla donde se hacía un listado de lo que había que hacer y otro de lo que Dios reprobaba. Los cristinos no tardaron en hacer una versión con base en los valores del evangélico, de similar estructura.
En su evangelio, Jesús habla igualmente de los dos caminos, el que conduce al extravío y el de la rectitud, y lo refuerza con el símil de las dos puertas, una angosta y dificultosa y otra holgada de fácil acceso. Quien indiferente sigue el camino cómodo se aparta de Dios; quien comprometido, acepta el camino fragoso, se deja acompañar del buen criterio de la palabra de Cristo, quien avisa que seremos tratados en conformidad con nuestra conducta.
CAMPOS DE PAN LLEVAR
El trigal, extendido como un mar
de arena. El viento mueve
sus dunas amarillas. Faltan velas
y gaviotas, falta el rasgo
blanco de ese entrecejo volador
hendiendo con su quilla el aire calmo.
Tierra adentro no hay mar, mas lo parece
esta llanura donde grana el trigo,
un piélago infinito sin más linde
que unas colinas grises a lo lejos.
Yo lo imagino mar. Nada me impide
poblar mi fantasía
de imaginaria inmensidad. Lo digo
con complacida naturalidad.
Esas colinas tan difuminadas,
son navíos de tierra, siempre anclados
En el palo mayor, lacias las velas,
adormecidas como yo,
duermen su soledad, lejos de un puerto
donde atracar su carga azul de ensueños.
(De La flor del almendro)
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