lunes, 15 de julio de 2013

El que os recibe, a mí me recibe.

        Todo lo que se haga por los enviados a evangelizar, se hace por Cristo, y todo lo que se hace por Cristo, se hace por Dios, que gratifica siempre con larga mano todo lo hecho por él. No importa si lo que se hace es mucho o poco; a Dios no le duelen prendas y es pródigo en el reparto de sus dones, de modo que en las cuentas de Dios, un vaso de agua alcanza valores aritméticos que sólo él conoce.
Para Dios no es el valor material de lo que se da lo que abre sus brazos y  mueve su generosidad, sino la calidad humana de quien pone su corazón en lo que hace. Y en el conjunto de renuncias y desprendimientos por Dios en la figura de su Hijo, cobra un valor muy singular el gesto de dejar la propia familia por entrar a formar parte de la familia de Dios. Es lo que hace quien lo deja todo por seguir a Cristo.
Jesús está parafraseando ahí las palabras del Génesis que él suscribe, según las cuales, el hombre y la mujer, al comprometerse entre sí, abandonarán su hogar y dejarán a sus padres. El compromiso del hombre para con él es paralelo a esa entrega amorosa de los esposos entre sí. Hagamos lo posible por pertenecerle.

Reflexión

Con Jesús pobre

Jesús es pobre; no puede sentir preferencias materiales, cuando es la palabra que hizo el mundo, hoy enmascarada en un cuerpo temporal. Y como su cometido es salvar al hombre, se dedica ya a devolver la salud a los que no gozan de ella, para hacerles capaces de usar la libertad que la enfermedad deja mermada. Sólo el hombre libre podrá optar por él o las cosas de este mundo. Y ahí está la opción primordial: no poner nuestro corazón en las cosas, de suyo efímeras. Sus discípulos recuerdan sin nostalgia que lo dejaron todo por el. Él lo había dejado todo por ellos.

Rincón poético

HOMBRE DE HIELO

¡Qué frío me daba
estar junto a él!
Portaba diadema
de invierno su sien.
La mirada helada,
su aliento, la tez,
la lengua en su boca
congelada. ¿Qué
adensó en sus venas
la sangre? No sé.
Castigo tan grave,
castigo tan cruel
nunca le impondría
nadie a un hombre fiel.
Sus palabras gélidas,
glaciales, ¿por que
pronunciaban sílabas
de escarcha? No hay quien
conozca un misterio
de este mismo jaez.
Yo siempre lo he dicho,
siempre lo diré:
¡Qué frío me daba
esta junto a él!

(De A la sombra del viento)

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