martes, 30 de julio de 2013

El sembrador de personas

El evangelio nos dice que el sembrador de la parábola del trigo y la cizaña es Jesús mismo. La buena semilla son los hijos del reino. Fórmula sorprendente, ya que entonces lo que Jesús siembra somos nosotros mismos. Pero está también la semilla encizañada; son los hijos de las tinieblas, contraste que confiere a la existencia una concepción dramática. Vivimos en competencia con la maldad. Somos la vida de Dios que fecunda el mundo, en oposición y lucha con la maldad diabólica que lo destruye. Los unos construimos el reino de Dios; los otros se esfuerzan por asolarlo, socavando sus fundamentos.
Al final, la  malicia será destruida para siempre, y los hijos de la luz brillarán como aurora naciente en el reino del Padre. La cosecha no puede ser sino estar ya siempre con Dios, viviendo las delicias de su amor interminable.

Reflexión


Las parábolas de la simiente

  Con este evangelio, se cierra  un ciclo de parábolas. Se empieza  por indicarnos que no es el secreto de la parábola la culpa de la gente no se movilice, sino que es el hombre quien debe dilucidar su contenido revelador. Sigue la parábola de la simiente, que arraiga o no. Y se completa ese ciclo con varias parábolas, la de la mostaza o la levadura, donde las pequeñas cosas de Dios desatan incendios de amor y conversión.


Rincón poético

    ESPERÁNDOTE

Señor, si la esperanza
es  también esperar que tú me esperes,
si saber que el abrazo que presiento
no es un sueño dichoso, si me esperas
como te espero yo, 
daré por buenos cuantos altibajos
dificultaron mi camino.
Y es que saber que tú me esperas, 
saber que yo que te importo, 
que tienes un lugar donde comparta
la gloria de tu amor eternamente,
enciende de ilusión mis sentimientos
y alienta en mi la dicha de esperarte.
Espérame, Señor. Yo, poco a poco,
voy hacia ti como quien ve los cielos
encendidos de luz a la alborada.

(De A la sombra de un álamo)

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