No se imagina uno la grave imagen de Jesús dando prodigiosos sustos sin sentido a su misma gente. No es eso. Ocurre que siempre asusta la inesperada presencia de Dios ante los ojos perplejos del hombre. Se trata además de una noche simbólicamente oscura.
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Luz y tinieblas no conciertan bien entre sí. La oscuridad de una fe dislocada y confusa les ciega. Necesitan de una sacudida que les despierte de su obsesión nacionalista. Que Jesús camine sobre el mar, signo proceloso de riesgo e inseguridad, es la mejor expresión de su realidad divina. Les tranquiliza, pero no sube a la barca. Ya están cerca de la orilla. La orilla segura de la estabilidad, en la grata compañía de la reconciliación.
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