sábado, 7 de mayo de 2011

Andando sobre las aguas

        Que en noche cerrada, bogando por el lago de Galilea, una figura luminosa les salga al paso de pronto a lo discípulos, es para morir de infarto. Y era Jesús, su misma estampa siempre tranquila, andando como si tal cosa sobre las aguas.
No se imagina uno la grave imagen de Jesús dando prodigiosos sustos sin sentido a su misma gente. No es eso. Ocurre que siempre asusta la inesperada presencia de Dios ante los ojos perplejos del hombre. Se trata además de una noche simbólicamente oscura.
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        Los discípulos, decepcionados porque Jesús ha declinado el honor de ser erigido rey, se hacen a la mar ellos solos, más o menos enrabietados. Y es muy intencionada la oportuna observación del evangelista al revelarnos que Jesús no está con ellos.  Lógica oscuridad la que define esa ausencia de Jesús siempre luminoso.
Luz y tinieblas no conciertan bien entre sí. La oscuridad de una fe dislocada y confusa les ciega. Necesitan de una sacudida que les despierte de su obsesión nacionalista. Que Jesús camine sobre el mar, signo proceloso de riesgo e inseguridad, es la mejor expresión de su realidad divina. Les tranquiliza, pero no sube a la barca. Ya están cerca de la orilla. La orilla segura de la estabilidad, en la grata compañía de la reconciliación.

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