lunes, 9 de mayo de 2011

Los pobres tienen a Dios

       ¿No puedo dar de lo que es mío a quien yo quiera lo que quiera? Algo así dice Jesús a los viñadores de la primera y segundo hora.
Cada cual, dueño de lo suyo, puede darlo a quien se le antoje o a quien mejor le cuadre, porque sí, viene a decir Jesús. Y es que Dios no es imparcial. Distingue a María Magdalena sobre otras mujeres que le siguen. ¿Por qué? Tal vez, porque era una mujer empecatada que había rescatado de su más que dudosa vida, y sucede que él había venido a sanar a los enfermos, no a los sanos. Distingue también a Juan. ¿Pero por qué? Quizás porque adivina ya en su fidelidad al amigo valiente y leal que, a diferencia de los demás, le seguirá hasta la cruz y le acompañará hasta la muerte.
Y lo que es más raro: prefiere a los pobres. ¿Por qué a los pobres?  Por eso mismo, porque son pobres como él, porque los pobres a quien poco miran con agrado, merecen que Dios les mire con tierna aceptación y les ponga su limosna de amor en las manos extendidas y pedigüeñas.
¿Pero realmente son pobres? Los pobres tienen a Dios. Llevan ya en sus manos las exclusivas llaves del cielo y las más sutiles del corazón de Dios. ¡Bienaventurados los pobres!


Entretenimiento: El footbal

         Hay deportes en los que sus aficionados, por estas fechas decisivas, viven angustiados las peripecias de su equipo. En la cafetería, en la oficina o en la plaza, no se hala de otra cosa con indignación, con regocijo, con indiferencia, según, endiosando jugadores que, según dicen, no se ganan el pan, repartiendo culpas o tachando entrenadores. El footbaal lo es todo. Es palabra inglesa que habría que escribir enérgicamente con mayúscula, como el nombre del rey de Kinsasa.
Al parecer, hay una línea roja que separa a unos rutilantes equipos caros, de otros que no lo son o lo son menos. Los caros siguen siempre una destacada trayectoria que hace vibrar de entusiasmo a sus seguidores; los hay desdibujados, casi si personalidad, al medio, pero que a veces da gusto verlos jugar, expertos en hábiles regates y astillosas patadas; los otros dan pena. Los caros tienen siempre asegurada gloriosamente la permanencia en su división; están a media altura algunos de dudo currículo que van a tumbos, de zozobra en zozobra, y los demás, que han perdido toda esperanza, como un Virgilio cualquiera, boqueando, fluctuando lastimosamente como barquillos sin barquero.
¿Realmente vale la pena ser sufridores hinchas de tales conjuntos mediocres?¿Por qué uncirse a tales ristras de quebrantos y sufrimientos? ¡Y luego hablan desdeñosos del problema del mal!

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