En la Sagrada Escritura se alaba el nombre de Dios, que es lo mismo que glorificar a su divina persona. San Pablo decía que al nombre de Jesús habría que doblar rendidamente toda rodilla. Y san Bernardino de Siena, predicador eximio perteneciente a la Orden franciscana, extendió la devoción a tan encomiable nombre por toda Europa, incluida la Corona de Aragón, que visitó y evangelizó, con tanta convicción que los franciscanos titularon desde entonces una serie de conventos con el nombre de Jesús, acompañado del de su Madree la Virgen María, en Zaragoza, Maella y Alcañiz, e igualmente en otros lugares, como en Barcelona y Valencia, hubo otras beneméritas casas que se honraron en llevar tan digno nombre.
Jesús. Fue san José quien le puso ese nombre a su hijo por indicación divina y su significado llevaba ya en sí, como semilla, la de su cometido salvador.
Reflexión: Me adelantaré a la aurora
Hay salmos que, para declarar la fiel disposición a alabar a Dios todo el tiempo posible, comienzan desde el propósito de levantarse con premura, antes de que apunte la aurora. No basta con disponer de todo el día; hay que adelantarse a su nacimiento para ganar tiempo; todo es poco para alabar incansablemente a Dios.
Así es como, pendiente de él, expresa su necesidad de ser por entero para Dios, quien sin su proximidad acogedora vive irrequieto. Es el efecto colateral de sentirse arropado por Dios: el íntimo sosiego de ser y estar con él, ajeno a todo lo que no hable de su infinita bondad.
Los salmos son himnos donde la afectividad está siempre a flor de labio. Himnos confidenciales para expresarle a Dios lo mucho que nos alivia su compañía, enumerar todo lo que nos acerca a él, contarle todo lo que nos hacen los demás desde la iniquidad y, en general, todo lo que nos aqueja y duele. Las figuras poéticas que enriquecen el lenguaje, intensifican la hondura sincera de su expresión, exaltada unas veces y muchas de ellas, dolorosa..
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