sábado, 14 de mayo de 2011

Permanecer en su amor

        Observar los mandamientos respondiendo a una firme determinación de hacer lo que Dios quiere que hagamos, es ejercitarse en el amor que su bondad nos merece. Tanto da lo uno como lo otro. Jesús recomienda a sus discípulos que permanezcan en su amor y explica qué entiende él por permanecer en su amor: ni más ni menos que cumplir con los mandamientos.
El amor de Dios es el ámbito de identificación con la divina voluntad. En el vocabulario del evangelista Juan, amar a alguien y permanecer en él, es lo mismo.
Permanece fuera del ámbito donde el amor de Dios caldea la fidelidad del hombre, quien vive desinteresado de todo lo que implique cumplir con su voluntad. El amor a Dios es lo que ha educado a lo largo del tiempo el corazón humano. Aun así, no todos saben amar. No le pidáis que ame desinteresadamente a sus semejantes, a quien no sabe amar a Dios.
Con todo, la permanencia en Dios es la escuela donde aprendería a amar el más ribaldo de todo los hombres.
       
Entretenimiento: El paseante gris

         Es deliciosos este sosegado paseo incidental mío, a media mañana, por la orilla del río. Por cierto; hay una novela, no recuerdo ya de quién, titulada El paseante gris. ¿Novela o película? ¡Qué más da! Los viejos tenemos derecho a escatimar la memoria a muchas cosas. 
El río baja turbio y abundante. Las recientes lluvias han acrecido el silencioso caudal de su curso y el suave aliento de la primavera enternece la hierva de sus orillas  abriendo las primeras flores, flores silvestres que la gente aprecia apenas e incluso para mí, anónimas, ignorante de los nombres populares con que los viejos las reconocen. 
Las hay amarillas, muy luminosas y menudas como leds, las hay intensamente rojas, como ascuas sangrantes, que aquí llaman ababoles; moradas, en forma cónica de pirulí, que florecen progresivamente de abajo arriba; y cómo no, blancas, compuestas como en umbela, menudísimas, muy delicadas.... Son especialmente llamativas las pequeñas cascadas levemente olorosas de las acacias, tintadas apenas de violeta en los bordes, como si, naciendo, ya se estuvieran muriendo.
A propósito. En las pardas parameras de Palestina, la madera de la acacia, a falta de otros árboles aprovechables en carpintería, era muy apreciada por los artesanos  judíos. Entraba en la construcción de palacios, junto al roble intemporal del Líbano, y hasta en la cuidadosa estructura del arca de la alianza.
La naturaleza es sabia y te incita a pensar y reflexionar sobre su mismo pasado histórico, en este caso al menos sobre la anodina acacia. Se dice de la sabiduría bíblica que la trayectoria con que nos ilumina recorre tres estadios sucesivos: percibir las cosas, que es tanto como experimentarlas, reflexionar tranquilamente sobre los hallazgos de esa percepción, y concluir de coherente manera con un prensamiento o una verdad. Yo, sal revés, he empezado por la conclusión: la naturaleza es sabia, porque lo es la mano que la creó.  

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