jueves, 12 de mayo de 2011

El mes de María

         El mes de mayo lo dedican los fieles a honrar la memoria intercesora de María. Es un mes donde su primaveral condición llena de flores el entorno donde María es venerada.
Hubo, al arrimo del último concilio, cautas voces discordantes que pedían purificar la devoción a la Virgen de todo atisbo de adoración o concepto exagerado que desvirtuara su verdadera condición de Madre de Dios, con el intento de engastarla mejor en ese misterio primordial del que penden todas las verdades marianas.       Poco a poco, los teólogos fueron depurando de hipérboles la verdad del hecho misterioso de María, desde el feliz intento de una mayor autenticidad teológica, mientras proseguía viva la celebración popular del mes de María, sin menoscabo de esa centralidad de la maternidad del Hijo que el Padre pone en el corazón humano de María.
Se cumple así que, en gracia de las maravillas que Dios hizo en su persona, como ella nos había avisado, sería llamada bienaventurada de generación en generación. Bienaventurada tú, que has creído -le había dicho ya Isabel-. Y es que realmente, María es, de muy singular manera, nuestro mejor modelo de creyente.



Entretenimiento: El Footbal

Hay deportes en los que sus aficionados, por estas fechas decisivas, viven angustiados las peripecias de su equipo. En la cafetería, en la oficina o en la plaza, no se hala de otra cosa con indignación, con regocijo, con indiferencia, según, endiosando jugadores que, según dicen, no se ganan el pan, repartiendo culpas o tachando entrenadores. El footbaal lo es todo. Es palabra inglesa que habría que escribir enérgicamente con mayúscula, como el nombre del rey de Kinsasa.
Al parecer, hay una línea roja que separa a unos rutilantes equipos caros, de otros que no lo son o lo son menos. Los caros siguen siempre una destacada trayectoria que hace vibrar de entusiasmo a sus seguidores; los hay desdibujados, casi si personalidad, al medio, pero que a veces da gusto verlos jugar, expertos en hábiles regates y astillosas patadas; los otros dan pena. Los caros tienen siempre asegurada gloriosamente la permanencia en su división; están a media altura algunos de dudo currículo que van a tumbos, de zozobra en zozobra, y los demás, que han perdido toda esperanza, como un Virgilio cualquiera, boqueando, fluctuando lastimosamente como barquillos sin barquero.
¿Realmente vale la pena ser sufridores aficionados de tales conjuntos más o menos mediocres?¿Por qué uncirse a tales ristras de quebrantos y sufrimientos? Tal vez así la gente se olvida un tanto de los efectos, ya devastadores,  de la crisis.

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