El lavatorio de los pies de Jesús a sus discípulos tiene condición de tito. Se quita la túnica para facilitar la labor y se ciñe una toalla para enjugar los pies humedecidos, una vez lavados.
Jesús va de acá para allá por los caminos polvoriento de Galilea que el enciende el verano. El polvo que sudor embarra en la piel, y al llegar a casa, cayendo la tarde, hay que someterlos a un rigoroso lavatorio con agua fresca que propicie descanso, y tonifique.
El rito se convierte en signo cuando Jesús da sentido a la ceremonia asignándole la función cristiana de un uso servicial que se acode en la humildad, y por lo tanto, recomendable. No deben mostrarse desdeñosos ni remisos; él mismo ejemplifica el acto, ya que no ha venido a ser servido.
Entretenimiento: Agua de mayo
El refranero le atribuye al mes de abril no sé qué dudosos caudales de agua que le son propias. Sólo que también el refranero, que atesora la cazurra experiencia milenaria de nuestros antepasados sobre todos las formas del quehacer humano, sufre ahora los coletazos del cambio climático. Hay que actualizar el refranero y pasar al mes de mayo las aguas mil abrileños, si lo acontecido este año se erige en arraigada costumbre en sucesivos años.
No es que las lluvias barran del tiempo la primavera, que está ahí floreciendo y anidando ruiseñores y golondrinas. Sencillamente, la humedecen y reaniman. El agua es la vitalidad de la naturaleza, a la que da exuberancia y fertilidad. Y en todo caso, bien venidas las aguas de mayo.
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