martes, 31 de mayo de 2011

Bendito sea Dios

         Bendecir su nombre es la manera más espontánea de dirigirse a Dios. La atenta consideración de un favor pasado o presente, la contemplación de un hecho que hable de la bondad o grandeza de Dios, es el acicate que provoca de inmediato en el ánimo unas palabras de agachada bendición. Aquí en concreto se bendice a María, porque ha sido preferida a todas las mujeres habidas, y ella bendice a Dios que en la persona del Hijo, como el gusano de seda, se  devanaba a sí mismo en el seno de María, humanizándose en la seda purísima de su carne.
María bendice a Dios porque el prodigio que está haciendo en sí misma es increíble e inaudito. Y uno deletrea entonces esas palabras y siente que también son benditas esas jaculatorias de María bendiciendo a Dios.
De hecho, Isabel bendice a su prima con el halo de una bienaventuranza, por creer prontamente lo que parecería imposible.  El texto evangélico puntualiza que ella se expresa así cuando el Espíritu del Señor se aloja en ella, palabras inspiradas, por tanto, originadas en los labios mismos de Dios, de modo que su aliento es divino.
Vale la pena reflexionar cuando recitamos de carrerilla esa bendición, como quien saborea el vino dulce de esas palabras, considerando las circunstancias que implican a Dios.  Qué distinto resulta entonces su sentido: Bendita tú, María, habitada por la sombra divina del amor de Dios, y bendito el fruto divino de tu vientre purísimo.  

 
Reflexión: Acaba el mes de mayo
       Concluye el mes de María, entre cantos, súplicas y flores. De niño, cuando había niños a los pies de María, ese acto de acatamiento de un Dios que hace Madre a María de su Hijo, llenaba de piedad los ojos y de ternura el corazón. Era la mejor de todas las catequesis. Ahora a los niños no se les deja nacer tan fácilmente. Estorban en un mundo materializado y egoísta. Y la humanidad envejece, que es la un modo de morir tristemente. No hay niños a los pies de María, las flores que ella agradece más.
Dios no castiga al hombre, criatura suya al fin. No hace falta. Se castiga él mismo

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