Jesús se despide de sus discípulos haciéndoles partícipes de su paz, esa paz interior que sólo experimenta quien vive entrañado en el mutuo amor que nos santifica. Se va y notifica su regreso a los brazos de quien lo encarnó en María, para que no se dejen sorprender por la cadena de hechos que le llevarán al suplicio de la cruz, la más cruel de todas las muertes.
En trance tan difícil para él, no cae en el sentimentalismo de reclamar consuelo; es a ellos a quienes consuela él con el linimento sagrado de su palabra. Es el sello de la compasión que define toda la obra de Jesús para con los hombres. Pasó por este mundo haciendo el bien, sentenciarán luego ellos cuando hagan recuento de su obra.
Reflexión: Benedicto XVI y la Estación Espacial
A Benedicto XVI le singulariza su palmaria convicción de que cultura y fe han de ir de la mano, al igual que la técnica y conocimientos científicos. Él mismo es persona de relevante formación y cultura. No puede extrañar a nadie que haya aprovechado esta oportunidad que le han brindado de conversar desde el Vaticano con los astronautas de la Estación Espacial, en el último viaje al espacio que realiza el transbordador Endeabur.
La voz blanca y apagada del papa ha resonado en los cielos inmediatos que rodean la tierra, más allá de la capa azul atmosférica que nos protege de las inclemencias solares, para sumarse a la aventura técnica y científica que vienen realizando, a tan alto nivel, las naciones más aventajadas, bien que con esforzados apoyos estimables de otras naciones de menor calado económico, como la misma España.
Celebremos que la voz del papa, reflejo humano de la de Cristo, resuene más allá de los límites redondos que circundan nuestro planeta. Es como si la mano de la Iglesia de Dios pusiera un dedo en las alturas, firmando en el espacio próximo en el nombre de Cristo.
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