miércoles, 11 de mayo de 2011

Yo le resucitaré

        Fue un sábado, en Cafarnaún, sentados todos en los poyos almohadillados de la sinagoga. Nos reveló allí que el que comiera su carne y bebiera su sangre, viviría eternamente, y que ese nutrirse de él de tan estrecha manera sería una garantía de salvación.
Tomadas sus palabras así, a flor de piel y en su sentido literal, era motivo más que sobrado para sentirse uno alucinado. Sólo que el lenguaje de Jesús trasciende el sentido ordinario que corrientemente le damos nosotros a las palabras. En concreto, la carne significa su vida corporal que acaba en la cruz, y su sangre, el sacrificio que le entraña en la vida de Dios como Cordero pascual que es.
Jesús habla de alimentarse de él, pero el suyo es un alimento no carnal, bien que tampoco exclusivamente espiritual, ya que comporta además experimentar en nuestra vida a la persona de Cristo resucitado, hacerle nuestro identificados con la revelación de sus verdades, y empaparse de él como esponjas, hasta convertir su alimento en comunión con él y los suyos. Él es nuestro pan.

Entretenimiento: Primavera pasada por agua
        De ningún modo tolera bien el ánimo ese tiempo tan desapacible que hemos tenido. Los días se levantaba plúmbeos, oscurecidos, y permanecían así de sosos hasta el atardecer, cuando habitualmente un grupo escaso de cuervos planean pesadamente lentos como convocando a los demás antes de retirarse a sus acantilados. Llovía a intervalos de tiempo y a veces de manera persistente y monótona. En nada de parece esta primavera a la icónica tan florida y olorosa que sueñan  todos.
No cabe la menor duda de que nos condiciona todo lo que nos rodea, para bien o para mal, y de especial manera, el tiempo que nos hace. Somos susceptibles a los fenómenos atmosféricos. Mandan sobre nuestros estados de ánimo más de lo aconsejable. ¿Por qué, si no, se siente uno tan triste y desasosegado en esas ocasiones y tan ilusionado ahora en que el tiempo nos alegra la vida?
Y vuelven a anunciarnos lluvias para dentro de poco. No hay nada tan azaroso como el tiempo, en el que, como en una alberca, vertemos el agua de nuestra vida.

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