¿Sabía multiplicar Jesús? Poco importa discutir impertinencias, porque el viene a revelarnos verdades eternas, no verdades matemáticas ni científicas, en general. Sí sabía recurrir a lo que noblemente estuviera en su mano para satisfacer necesidades ajenas.
Jesús está subiendo con los suyos al monte, cuando advierte cómo la gente se agolpa al pie de la montaña. ¿Por qué el evangelista trae a colación pormenores como el de subir al monte, en momentos trascendentales? ¿No es lo mismo que hace Moisés a punto de obtener la ley de la alianza? Jesús es más que Moisés, como él mismo afirmará, y sube al monte cuando ha de añadir sólidos sillares a la obra de la nueva alianza que sellará con su sangre. Es por lo tanto un momento señalado.
Moisés, además, obtendrá mana nevado del cielo para saciar el hambre inaplazable del pueblo de Dios. Jesús, mirado a Dios, se dará de sobra a sí mismo en el pan bendecido de la comunión con él, aquí figurado. Los peces son otra cosa. Un icono de Cristo. Lustrosos peces resbaladizos que revientan las redes casi a orillas del lago, peces sobrantes de un humilde yantar con que, en el Cenáculo, testimonia Jesús la verdad de su resurrección. El trigo es signo de alimento espiritual; el pez lo es del alimento corporal.
Un cestillo con pan y peces señala en un bello y minucioso mosaico el lugar cercano donde Jesús realizó tan increíble prodigio.
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