Camino de Cesarea, bordeando el río Banias, afluente del Jordán, en país pagano, Jesús evalúa las creencias hacia él de la gente y de sus mismos discípulos. Las respuestas se contraponen. La gente, encerrada a cal y canto en la antigua alianza, al juzgar a Jesús, no lo hacen abriendo los ojos de la fe y reconociendo la novedad de su prodigiosa realidad divina, sino que tratan de incorporarlo a su santoral, al conjunto de sus profetas, considerándolo uno de ellos que ha vuelto a la vida.
Los discípulos, que vienen presenciando sus prodigios y se empapan de su palabra, conocen ya su verdadera condición mesiánica. Y mientras hay judíos de buena voluntad que se le acercan con fe para que remedie sus carencias considerándolo descendiente de David, Pedro le confiesa no sólo mesías y enviado por Dios, sino además Hijo suyo. Ese es su acierto. Y Jesús complacido, premia su acierto.
Pero no sólo Pedro. En pleno mar airado, temerosos de naufragar, anonadados sus discípulos ante el poder prodigioso de su palabra calmando la tormenta, le confesarán unánimes: Verdaderamente, tu eres el Mesías, el hijo de Dios vivo. Marta, igualmente, al ver que su hermano regresa a la vida por la palabra resucitadora de Jesús, repetirá ese mismo credo elemental.
La fe, como todo aprendizaje, es progresiva en cuanto al conocimiento de Dios, y a más conocimiento, mayores motivos para tener en más la grandeza de su amor y afirmar esa fe. Quiera Dios que la palabra persuasiva de Jesús obre en nosotros eficazmente de modo que no podamos menos de confesar a Dios rendidamente, como sus discípulos, como Marta.
Refexiñon: El patoso
Al que carece de habilidad para realizar las cosas más simples y su incapacidad le define en lo que hace de modo ostensible, se l dice patoso, si bien se aplica con preferencia al que, por más o menos semejanza con el andar desgarbado del pato, carece de gracia en sus movimientos. Nada tiene que ver con el sentido de la locución meter la pata, que alude al que se equivoca manifiestamente y yerra al llevar a cabo una cosa.
El caso es que no ahorramos dicterios al calificar alegremente la conducta de los demás, y clasificamos a las personas con cierto desdén cuando su comportamiento se aparta de lo que estimamos correcto o ideal. Y uno se detiene a pensar y se pregunta. ¿cuál será mi especie a juicio de los otros?
Jesús zanjaría la cuestión diciendo: Trata a los demás como quisieras tú ser tratado por ellos.
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