viernes, 3 de junio de 2011

Tristeza y gozo pascual

       Despidiéndose de sus discípulos, Jesús les anticipa la tristeza que ha de producir la soledad aneja a su muerte, y les alienta prometiéndoles que esa tristeza será semilla de gozo pascual.
Las alegrías casi nunca vienen solas. Pero tampoco son tan intensas y mueven tanto como cuando, desangrándonos, acuden de pronto a borrarnos la desolación que nos acongoja.
Imaginemos entonces la alegría inesperada de aquella comunidad sumida en el desconsuelo, cuando empiezan a llegar, de modo creciente, las noticias de la resurrección de Cristo. Las mujeres han visto el sepulcro vacío y un ángel les ha dicho que Cristo vive; dos discípulos llegan a todo correr, desde Emaús, testificando que lo han visto vivo. Y acto seguido, Jesús se les aparece súbitamente allí mismo, en el Cenáculo, a un grupo importante de discípulos que no salen de su asombro.
La alegría les inunda el corazón, una alegría conquistada, elaborada a fuerza de dolores, desde lo hondo del descalabro.
Ahora empezarán a comprender las Escrituras. Todo ocurre como un doloroso alumbramiento, de modo que el dolor se sublima, gracias a una visión nueva de las cosas, como le ocurre a una parturienta.
A veces, todo lo que necesitamos para cambiar un gran sufrimiento en gozo, es propiciar un cambio en el punto de vista de la realidad que nos atenaza. Como aquí, mirando las cosas desde los ojos resucitados de Jesús, que gusta de inundar de alegría pascual las tristezas más negras con sólo su presencia luminosa. Para esto nos ha dejado la puerta abierta.


Reflexión: Álamos frente al convento
       Frente al convento de “los frailes de los chorros” que dicen aquí, aludiendo al abrevadero que mana en su plaza, hileras de álamos, bordeando al río, hacían de pantalla acústica natural que aguataba el ruido de esas otras hileras de coches en huida vertiginosa por la carretera nacional.
La conveniencia de habilitar las riberas del río como paseo ciudadano, mal aconsejó talar una buena parte de los árboles para dar entrada a las máquinas que construirían las escolleras de las curvas del cauce. ¿Dónde estaban los tan cacareados ecologistas?
Afortunadamente, dos primaveras después, en los tocones de los antiguos árboles han ido aflorando nuevas acacias, ahora ya en flor,  y álamos de un verde limpio y ternísimo, que vuelven a restañar los calveros que habían dejado ralo el boscaje. La naturaleza sabe reparar las heridas que el hombre deja tras de sí, como una firma ácida. 
Si las aguas fueran tan limpias como antaño, en sus aguas se reflejaría movedizo el paisaje ribereño, pero hoy día esos milagros son mucho pedir.. 

1 comentario:

  1. graaciiaz por estaa reflexiion :] me llegaa juusto en el moomento en el qe loo neceziitoo :] <3<3

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