Así es como Jesús reniega de quien finge falazmente bondades de que carece para atraer el aplauso ajeno. No le agrada el papel teatral del hipócrita, cuya apariencia oculta el contenido verdadero de su propia realidad. Por eso enseña a obrar el bien desde la verdad y la autenticidad de la propia vida. Quien bebe en las fuentes de la verdad, está bebiendo en las mismas manos de Dios.
Para un lector empedernido, los libros son una necesidad imperiosa e inaplazable. El mismo tacto con que, a manera de acogedor regazo, se sostiene el libro, la pulcritud ritual de pasar pausadamente una a una sus páginas, disponer de unos estantes donde tenerlos a mano o clasificarlos cuando su número impone su catalogación ordenada, son partes ceremoniosas del gozo armonioso con que favorecemos el diálogo entrañable mantenido entre su contenido silencioso y la apetencia insaciable por saborear ese pequeño espacio de sabiduría o entretenimiento contenido en él.
Todo es cuestión de acertar en la elección del ejemplar que cuadra mejor con nuestra expectante curiosidad, gracias a lo que el feliz lector no tiene tiempo para quemar estérilmente su precioso tiempo en la hornada tediosa del aburrimiento.
Hay libros viejos de añeja piel y lomo desvencijado. Nobles libros que nos transportan a tiempos lejanos. Merecen un privilegiado hospedaje en nuestra librería, donde viven todavía incólumes, porque la lectura les despierta del legendario sueño y les devuelve a la presencia alentadora del hombre, siempre prontos a la calurosa tertulia.
Cuidadles a todos con el mejor esmero. Son amigos fieles.
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