martes, 28 de junio de 2011

¿Quién es éste?

Los discípulos de Jesús van de sorpresa en sorpresa. Un día cura a un paralítico, otro limpia de sus pústulas a un leproso, más tarde toma la mano de una niña muerta y la pone en pie. Ahora pacifica el fragor de la tormenta.
A pesar de todo, por más que creen en él, van confiados con él, incomprensiblemente se dejan llevar por el miedo. ¿Cuál es la medida enteca de esa fe entonces? Se explica que les reprende seriamente Jesús.
Quien va estrechamente cogido de la presencia de Jesús, como un niño de la mano de su madre, no tiene por qué temer, que es lo que viene a decirles él, juzgando una cobardía dejarse oprimir el corazón por el pavor a la tormenta.
Lo sensato es acogerse a él en todos los peligros y contratiempos que puedan asaltarnos y percatarse de que, en su compañía, no tiene sentido temblar ante nada, o nuestra fe es muy débil. Que él nos la fortalezca.

Reflexión: La rosa y su color
De alguna lectura recuerdo haber leído que de la interacción de rosas roja y bancas originarias de Asia y Europa, resultaron las que todos reconocemos por el color intermedio definitivo de la rosa. Con el tiempo y el artificio de los hombres, la variedad de flor tan sobresaliente y ejemplar resulta ya innumerable.
¿Quién diría que el color rosa de la flor , entre rojo y blanco, es un color intermedio, atenuado e indefinido, suave y dulzón? Es el color característico de la rosas por excelencia y tal vez ahí hay que buscar que su color goce de las preferencias de la mujer. Coches o motos de color rosa, bolígrafos, tejidos, pañolitos, enseres femeninos de toda índole acreditan su femineidad, su tierna blandura. Al hombre, menos sensible, no le define color alguno; es incoloro.
Los poetas han cantado, junto a su carácter efímero, la intocable perfección de su hechura. Ramón Jiménez, de cía por eso del poema: 
No lo toquéis ya mas,
que así es la rosa. 
No es menos llamativa la sutil sublimidad de su aroma. Es la flor por excelencia. Y ocurre que otra planta perteneciente a la misma familia que el rosal , si no agraciada por la flor, lo está por la infeliz peculiaridad tentadora de su fruto, el manzano.

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