miércoles, 8 de junio de 2011

La evangelización

Jesús suplica al Padre que se ocupe solícito, no sólo de los que él eligió para sí, sino igualmente de cuantos, movidos por la palabra que ellos hacen suya , crean en el misterio de fe de su persona. Y lo hace fervientemente, elevando el milagro de sus ojos hacia el sagrado cielo de Judea.
En la temblorosa palabra inaugural de sus discípulos resuena la de Jesús, vibrante y recia, llena de Dios, como río que rebosa. Es él quien golpea en cada sílaba con el sonoro aldabón de sus verdades. Y en el pecho del creyente, revolotea la sombra banca de Jesús con el aleteo de su Espíritu divino.
Poned la mano ahuecada detrás de la oreja y escuchad.

Reflexión: Mi adiós a las hermanas clarisas
        Durante once años me he complacido, desde la minoridad franciscana, en acompañar, por los senderos que frecuenta el Espíritu de Dios, a un escaso número de hermanas clarisas, ya entradas en edad, bien que siempre animosas. Les he hurtado y me llevo un puñado de limpias sonrisas.
El cambio de residencia me señala un destino donde la jovialidad de voces estudiantiles llenan el aire, en otro tiempo familiar, que ahora volveré de nuevo a respirar gozoso. Dejo atrás un espacio que la alegría de vivir gratamente con Dios y sus amigos me hizo fácil, a otro donde igualmente habita Dios. 
Me he sentido arropado durante todo ese tiempo por el trato amistoso de muchos que, en buena parte, celebraban la eucaristía que me correspondía a mí `presidir. No me voy solo, ni mucho menos. Voy con Dios, en cuyo corazón lleno de leves amapolas gusto de guardar todo lo mío.

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