Jesús es nuestro mediador por excelencia. Su condición de Dios y hombre, a la par, le hacen único e insustituible. De ahí que, a punto de instalarse de nuevo junto al Padre, haga saber a sus discípulos que llega el momento en que podrán pedir lo que desen y crean necesario, en su nombre, que él intercederá ante el Padre con toda solicitud por quien con firmeza le suplique algo.
Esa es la novedad que Jesús anuncia ahora a los suyos, novedad que encierra una promesa más que amistosa, la de que, más que nunca, podrán contar ya con él en lo sucesivo.
Es la parte que él se otorga como Hijo que es de Dios. Por parte nuestra, la intensidad y firmeza de nuestra fe medirá siempre la eficacia de todo ruego.
Reflexión: De mudanza
Pocas cosas tan engorrosas como una mudanza. Llamamos así, mudanza, al molesto ajetreo que comporta ordenar, empaquetar y disponer lo que estimamos conveniente llevar consigo al nuevo hogar en que hemos de asentar nuestra existencia. Y es curioso comprobar la cantidad de minucias y enseres innecesarios que hemos de desechar para aligerar nuestra marcha. Mudarse no es “cambiar de camisa” como hacen las serpientes en primavera; pero también, si sabemos despojarnos de todo lo que nos sobra. En la medida que dejamos de tener, aumentamos nuestra posibilidad y calidad de ser. No deja de ser un modo de renovarse.
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