Jesús nos insta a confiar en Dios. Y tal confianza debe ser tal, que elimine todo afán de acopiar lejos de él lo que Dios da a manos llenas. Jesús lo expresa nítidamente: Ni el lirio tiene que preocuparse de acicalar la esplendidez de su aspecto ni el canario por ensortijar la exquisitez de su canto, el canto amarillo del canario que diría Carlos Bousoño. Ojalá viviéramos nosotros tan pendientes de Dios como él lo esta de nosotros. Otro gallo nos cantaría.
Reflexión: Los amigos
El lenguaje, tan propicio a decirlo todo, tiene su limitaciones en el intento de expresar sensaciones concretas y sentimientos. ¿Cómo medir la intensa singularidad del júbilo que produce dar de pronto con un amigo tras larga e inevitable ausencia? Cada amistad comporta una presencia distinta en el listado cordial de cuantos nos acompañan, cerca o lejos, en la andadura hacia Dios que es la existencia. Constituyen una familia que prolonga y completa la que nos vio nacer, tan insustituible como ella. Ir en compañía es una social manera de ser. Jesús eligió entre sus discípulos a quienes quiso que le acompañaran estrechamente de por vida y con quienes departir amigablemente. Sólo que, a veces, el encuentro desempolva momentos irrecuperables o ausencias definitivas que connotan sucesivos regresos a lo que fuimos, desde su pizca de nostalgia y vuelta atrás.
Con todo, qué difícil debe de resultarle a más de uno la vaciedad de desconocer y vivir sin amigos, ese séquito afectivo de amables coincidencias que arropan la existencia normal de la persona humana.
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