viernes, 10 de junio de 2011

La paz de Cristo

       Jesús departe con sus discípulos y después de avisarles de que, ante el atroz espectáculo de su muerte, se dispersarán desconcertados, presa de pavor, y le dejarán tristemente solo, les abre amistoso los brazos prometiéndoles que en él hallarán siempre la paz que han perdido.
      Es hasta natural que así sea. Si Cristo está donde aflora como descolorido rastrojo erizado el sufrimiento, es explicable que la paz perdida se halle también en esos mismos brazos de donde no acaban de caer los clavos que los mantienen abiertos.
       La paz de Cristo es un don que vale la pena merecer. Es importante morir en paz, pero aun lo es más disfrutarla en vida, porque la paz que sólo Dios da, es un valladar insalvable contra el que se estrellan insidias, añagazas, empellones y desafueros.

REFLEXIÓN: La gioconda de Galilea
         Denominan así, por su belleza, el delicado rostro femenino que centra, en su parte inferior, la cenefa en que queda envuelto un artístico mosaico procedente de una de las casas más nobles, aparecido en la ruinas de Séforis.

         Séforis fue la ciudad edificada como capital de Galilea, en Palestina, por el rey Herodes Antipas, distante unos siete kms. de Nazaret. Cabe incluso que en su construcción trabajasen como artesanos san José y el mismo Jesús.
       El mosaico figuraba en el suelo de un triclinio de la referida casa y es de ver la singular belleza de su ejecución y el dinamismo laborioso de los danzantes de Dionisos que corretean por dicha cenefa, bordeando los cuatro lados de la composición. Es de lamentar que, al haberse desprendido alguna de sus menudas teselas, quede incompleto y malherido el rostro augusto de la joven mujer, en que concluyen y resuelven, como por ensalmo, unos motivos graciosamente circulares de tema vegetal.

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