Jesús suele hablar despacio, con parsimonia. Se expresa tranquilamente, desde su más honda serenidad, porque su palabra es un delgado hilo de agua que mana despacio desde el corazón eterno de Dios y la eternidad no tiene prisa. La paz de Dios, que es la suya, envuelve en todo momento a quien la hace suya.
¿Y qué dice esa palabra? Habla precisamente de la vida eterna. Jesús la define como el conocimiento práctico de Dios y de su enviado, un conocimiento pleno, trascendente, que sólo se da en su compañía amorosa y la aceptación de ese misterio que deja ver resquicios de ese saber de las cosas de Dios.
Se explica que la vida eterna exija el conocimiento de Dios, porque nadie que no conozca a Dios puede pretender amarle eternamente, en su compañía, ya que consiste en poder contemplarle cara a cara, rebosantes de amor. Es san Pablo quien dice acertadamente a sus cristianos que el día que lo puedan mirar frente a frente, el día que también nosotros, con los ojos limpios, lo podamos ver tal cual es, seremos como él, participando de su gloria, que es el gozo de la eternidad.
Reflexión:Los Ababoles
En Aragón, el término amapola, tan femenina y pomposo, es foratero. Aquí, lo que florece sin eufemismos son los ababoles. Es uno de los signos más llamativos de la primavera, el ababol, ese borbotón de sangre que hiere las mieses doradas y tiñe de encendida carne las cunetas verdes de loas veredas.
Las copiosas lluvias nos han beneficiado con el regalo de su abundancia. Los ababoles son agradecidos y , brillantes, sin dejar de ser leves y quebradizos, por la debilidad y ligereza de su corola. Si el cardo espinoso y recio enerva con sembrados con su agresividad, los ababoles movedizos tienen la mejilla avergonzada y confieren así inocencia y ternura al paisaje.
Su existencia es efímera, imagen del tiempo. Como todo.
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