Hay, con todo, un interruptor que sabe iluminar la mirada misteriosa de la fe: el amor de Dios. Quien no tenga fe, que pulse una y otra vez, confiado, las fibras más sensibles del corazón, hasta que la divina misericordia acceda a descorrer los opacos visillos e ilumine sus noches más oscuras.
Reflexión: La mesilla de noche
Vivimos rodeados de pequeños enseres útiles en cuya servicialidad apenas si reparamos; objetos y muebles de poca entidad que su uso rutinario no nos deja considerar. Pienso en la mesilla de noche, así, en diminutivo, lo que ya de por sí delata su pequeñez y poca monta.
Gracias a ella disponemos de una superficie apta para tener a la mano el molesto y reticente despertador, un vaso de agua fresca, y donde depositamos confiadamente las gafas y el reloj de pulsera. Un crucifijo, en mi caso, hincado en un rústico trozo de madera que lleva incrustada una diminuta esquirla de piedra del Calvario, preside mis sueños.
Pocas cosas tan familiares como la mesilla de noche. No deja de tener su encanto. Bien merece unos minutos de atenta consideración.
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