domingo, 5 de junio de 2011

El misterio de la Ascensión

       Desde el relámpago cegador de la resurrección, Jesús ha venido aclarando a sus discípulos el misterio de su muerte - la muerte inconcebible para ellos del Mesías-, y el nuevo sentido que cobra ahora lo dicho en las Escrituras acerca de él. Los discípulos de Emaús han saboreado tan sabrosas primicias.
Les ha revelado que su presencia entre ellos queda mediada por el Espíritu de Dios que es su Espíritu, y una promesa alentadora: no les dejará nunca solos. Su ausencia ha de ser sólo aparente, de modo que el mundo no lo verá, pero ellos sí.
Desde la Ascensión, es la Iglesia la que lleva a cabo el diseño evangelizador trazado por Jesús. Se ve aquí, con el comienzo de la historia de esa Iglesia, un cambio de perspectiva en la que sus seguidores testimoniarán que Cristo vive en el corazón de cuantos creen en él y que su palabra es eterna, de modo que quien se identifique con ella no morirá nunca.
La Ascensión constituye el fin de una forma de vida palpable de Cristo y el comienzo de otra sacramental, en la que el Espíritu divino hace sus veces en la Iglesia que constituimos todos los creyentes.


Lugar de la Ascensión
Desde la Ascensión, es la Iglesia la que lleva a cabo el diseño evangelizador trazado por Jesús. Se ve aquí, con el comienzo de la historia de esa Iglesia, un cambio de perspectiva en la que sus seguidores testimoniarán que Cristo vive en el corazón de cuantos creen en él y que su palabra es eterna, de modo que quien se identifique con ella no morirá nunca.
La Ascensión constituye el fin de una forma de vida palpable de Cristo y el comienzo de otra sacramental, en la que el Espíritu divino hace sus veces en la Iglesia que constituimos todos los creyentes.
                                                                                                           


Reflexión: Escribe eso mismo
       Nadie dudaría de la clara inteligencia de un escritor tan elegante como Cicerón. Gustaba de escribir cartas a familiares y amigos, y no comprendía cómo uno de ellos, que nuca respondía a la amabilidad de sus misivas, alegara que cuando se proponía hacerlo, no se le ocurría nada que mereciera la pena.
Cicerón, en una carta muy escueta, le trazaba una pauta infalible para salir del atasco. ¿Dices que no me escribes porque no se te ocurre qué decirme? Te doy una receta muy fácil: escríbeme eso mismo.
Hay ocasiones en que al momento de exponer algo que pueda interesar a un presunto lector, no da uno con el hilo del necesario discurso mental. Y sin embargo, la solución es esa misma que aconseja el escritor latino: al momento de escribir algo, si te abandona esa brizna del necesario ingenio, escribe eso mismo que te está ocurriendo exponiendo tu propia torpeza.
Algo así es lo que acabo de hacer yo con estas torpes líneas.

1 comentario:

  1. Ja, ja, ja. Muy bueno Ángel. Por eso mismo no escribo comentarios a tus reflexiones diarias más a menudo.Gracias. Santi

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