lunes, 20 de junio de 2011

Que el Señor os dé la paz

        Jesús departiendo, con sus discípulos, les previene de que, ante el horrendo espectáculo de su muerte, se dispersarán desconcertados, presas de pavor, y le dejarán tristemente solo. Aún así, les abre amistoso los brazos prometiéndoles que en él hallarán siempre la paz perdida.
       La paz es un don de Dios. Sólo cuando, resucitado Jesús, nos devuelva a la amistad perdida para con Dios, se volverá a establecer las paz con el hombre. Es entonces cuando Jesús se aparece a los suyos y les da la paz.
      La paz hay que merecerla y vale la pena alcanzar tan enaltecido don. Y si es importante morir en paz, aun lo es más disfrutarla en vida, porque la paz que sólo Dios da, es un valladar insalvable contra el que se estrellan insidias, añagazas, empellones y desafueros.

Reflexión: Una planta llama esqueleto
Hay un conjunto de plantas que tienen asignados nombres animalescos muy curiosos:  lengua de gato, pie de león, diente de muerto, boca de dragón... Entre ellas, llaman esqueleto a una planta de grandes hojas, cuyo contorno sufre entrantes paralelos que dan al conjunto el aspecto de un esternón del que salieran lateralmente las supuestas costillas pectorales a ambos lados de la superficie. Su parecido con un esqueleto es un tanto caprichoso y lejano, lo que no es óbice para que la imaginación asimile lúgubremente ambas realidades. 
Las hojas del esqueleto son lustrosas, de un verde brillante y terso, alicaídas en sus extremos, como flecos, por los cortes que la hienden, y no es menos llamativo el nacimiento de cada hoja, enrolladas en espiral sobre sí mismas, hasta desenvolverse y configurarse plenamente de tan esquelética manera.
El esqueleto no es estimada por sus flores insignificantes, sino por la densidad ornamental de su considerable tamaño.  No os extrañe entonces su pavoroso nombres: no son capaces, ni lo pretenden, de asustar a nadie.

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