sábado, 23 de junio de 2012

Confiad en Dios

    La única preocupación que debe ocupar el corazón del hombre es la implantación del reino de Dios en el mundo. Querer conciliar nuestro servicio a Dios con la desazón por tener siempre resueltas nuestras necesidades más perentorias, es equivalente a pretender servir conjuntamente a dos señores.   
    Para Jesús, es un desatino agobiarse por  necesidades que impone la vida, como si tal urgencia importase más que la vida misma. Ponerse confiados en las manos de Dios es más rentable que desasosegarse por el trajín que comportan las urgencias de cada día. Quien se pone confiado en las manos de Dios, es él quien se ocupa de velar por su existencia. Que lo digan si no los lirios del campo.

Reflexión: La devoción al Sagrado Corazón de Jesús
   
    Desde fechas medievales, prácticamente desde sus orígenes los franciscanos difundieron por toda la cristiandad la devoción al sagrado corazón de Jesús, considerando las palabras del evangelio de Juan donde se nos define a Dios identificándolo con el mismo amor. Todo lo que respira amor tiene en él su origen y razón de ser. No existe, entonces, mayor exigencia que la de amarle a él con todo el amor de que seamos capaces, como quien ha de rendir un tributo inexorable.
    Entre las patentes que conserva el Libro de la Fundación del convento de Santa Clara, de Borja, tan hermanado siempre con el de San Francisco del mismo lugar, figura una patente firmada, el día 3 de mayo de 1875, por el ministro general fray Bernardino de Porto Romantino, donde comunica a todos hermanos y hermanas sujetos a su jurisdicción la decisión de consagrar la Orden al Sagrado Corazón de Jesús.
    Acabo de leerlo en un estudio del catedrático Alberto Aguilera, de la Universidad de Zaragoza, en un estudio del que tomo esta nota, que titula Vida en Clausura .

Rincón poético


       JUNTO A TI

Converso, cada día, un poco más,
vuelvo hacia ti, mi Dios. Abre las puertas
de tu reino de luz al que ha ensayado
tantas veces su amor en naderías
que no aprobara tu ternura.
Nadie me enseñó a amar;
no tuve aprendizaje
en tan ardiente asignatura.
Quiero aprender de ti
a amar con el coraje
con que humillaste en la tortura el peso
de la grandeza de tu amor sin tino.
Me avergüenza la altura
de tu amor exquisito.
Vuelvo hacia ti, por eso,.
Ya tengo preparada
una cruz donde quepan,
crucificada cinco veces,
junto a la herida de tu amor las mías.

(De Andando el camino)

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