Su nacimiento ocurre en plena efervescencia profética, como cumplimiento de lo que predice Ezequiel acerca de una nueva alianza, agotada la del Sinaí, en la que el Espíritu de Dios, ante la nueva creación del mesías, aleteará sobre el pueblo de Israel. Y efectivamente, a lo largo de todo ese prólogo evangélico, la presencia del Espíritu inunda el corazón de todos los hombres justos. Zacarías, el mismo Juan y luego Simeón y la Profetisa Ana, hablan llenos del Espíritu de Dios. El mismo nacimiento de Cristo, por supuesto, es obra suya e Isabel bendecirá a María llena del Espíritu de divino.
El Bautista no era la luz, según refiere Juna evangelista, sino su reflejo, con el que proyectaba la imagen luminosa del Mesías, como la aurora que preludia el día. Su figura austera, bautizando a Jesús, vestido andrajosamente con piel de camello y comiendo saltamontes y miel silvestre, ha conquistado la simpatía del pueblo cristiano, un ser humano, pero dotado de una fuerza arrolladora.
El Señor sigue necesitando de personas dispuestas como él a preparar el camino que haga presente a Jesús en el mundo.
Reflexión: Viento del este
Europeos hay que dicen con desdén de nosotros que África comienza en los Pirineos. Digamos en nuestro descargo que hoy no está tan lejos de unos y otros, invadidos como estamos por el Islán. En nuestra caso, además, los vientos ardorosos del continente africano nos entran por levante y el polvo desértico que arrastran nos dice cuál es su origen. Si la lluvia en su caída deposita ese polvo en tierra, los techos y parabrisas de los coches conocen su blanquinosa suciedad.
Hubo una escritora, Peral S. Bruck, muy leída en su tiempo, que acreditó la novela Viento de Este. Viento del Oeste. Y aquí, en España, Elena Quiroga, Premio Nadal 1950, obtuvo un éxito sobresaliente con otra novela que, de semejante manera, tituló Viento del norte. Para nosotros, el viento del este o levante es el que se nos llega sin avisar, elevando la temperatura a cotas infrecuentes, óptimas para achicharrarse como sardinas en parrilla. Los fabricantes de abanicos, ventiladores y aparatos de aire acondicionado hacen su agosto, ya en este otro mes afín.
Hubo una escritora, Peral S. Bruck, muy leída en su tiempo, que acreditó la novela Viento de Este. Viento del Oeste. Y aquí, en España, Elena Quiroga, Premio Nadal 1950, obtuvo un éxito sobresaliente con otra novela que, de semejante manera, tituló Viento del norte. Para nosotros, el viento del este o levante es el que se nos llega sin avisar, elevando la temperatura a cotas infrecuentes, óptimas para achicharrarse como sardinas en parrilla. Los fabricantes de abanicos, ventiladores y aparatos de aire acondicionado hacen su agosto, ya en este otro mes afín.
Rincón poético
EL COLOR DE LOS DÍAS
Los días tienen color;
el que nosotros les damos.
Hay días de un verde tierno
y otros grises, como un gato.
Días de pálida luz
como de noche los astros
y los hay negros, más negros
que el cuero de unos zapatos.
Las cosas tienen también
el color con que miramos,
alegremente al amigo,
con pesadumbre el ocaso.
No es lo mismo madrugar
en invierno tiritando,
que oliendo, por primavera,
el aroma de unos nardos,
que son nuestros sentimientos
paleta con que pintamos
el color de cada día,
cuando sufrimos y amamos,
cuando vivimos la vida,
cuando morimos a tragos.
No siempre reproducimos
las cosas cuando pintamos.
Nuestra paleta prefiere
aquello que imaginamos.
Los días tienen color.
El que nosotros les damos.
(De Andando el camino)
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