lunes, 25 de junio de 2012

La paja en el ojo ajeno

    No somos objetivos ni imparciales con nosotros mismos. Vemos y agrandamos espontáneamente los defectos de los demás, porque los observamos objetivamente como con lupa. Pero desde la  subjetividad, por dentro de nosotros mismos, no es fácil verse uno a sí mismo.
    Nos falta ese espejo de la introspección, de mirarnos por dentro, y de una actitud humilde para descubrirnos tal como somos, con nuestras debilidades, deficiencias y manchas, a veces vergonzosas. El mismo hecho de destacar lo malo ajeno y disimular lo propio, es ya un defecto que cabe en lo que Jesús llamaba hipocresía.
    Cuando la tentación nos incline a mirar los fallos ajenos, demos un giro hacia nuestra interioridad y preguntémosnos por los que sin duda afean aún más nuestra conducta, que es la que realmente debiera importarnos. El conocimiento propio es la base de la humildad, y la humildad la base de la sensatez.

Reflexión: Deporte y alteración del ánimo

    Estoy de acuerdo en que el deporte es sano, para quien lo practica . Es dudoso que lo sea para quien lo presencia descontrolado, erizados los nervios. Pasarse casi dos horas en constante zozobra, mordiéndose las uñas y el coraje, porque el equipo de futbol que gratuitamente dices que es tuyo no acierta a poner el balón en el fondo de la res del rival, dudo mucho que le resulte saludable a nadie. Admitamos que hay deportes que cuya contemplación, menos convulsa, nos divierte y despereza nuestro ánimo, lo que ayuda a descansar del ajetreo y quebrantos diarios. Sólo que hay gente tranquila y los que prefieren desahogar anónimamente su apasionamiento, despersonalizados en la masa. Tienen vocación de ruido y griterío, y ese salirse de sí les compensa de la trivialidad mostrenca de la vida diaria. Pero no neguemos la inmensa satisfacción que embarga a quien acaba viendo ganar a su equipo. Y en todo caso, alegrémonos en buena ley de los éxitos de todo lo que representa a España.

Rincó poético


    LAS OTRAS COSAS

He dedicado años sin cuento,
casi sin advertirlo,
a mirar, a saber cómo son cosas,
en el entorno de uno mismo,
que hay quien no apreciaría:
cómo se adensa el viento y se acurruca
cuando hace frío,
cómo el fuego devora encarnizado
el retamar y lo detiene parsimonioso el río,
cómo es verdosa el agua que se muere,
y en los charcos de tierra sanguinosa
el barro pordiosero
implanta el centro de su señorío.
No todo es bello, pero todo tiene
en los días de fiesta su vestido
y su razón de ser, y es bueno
prestarle una minucia de atención,
un puñado de trigo,
un adarme siquiera, una limosna
reposada de tiempo y de cariño,
para saber que están,
que forman parte de nosotros mismos.
No todo es luz
de amanecer ni todo espacio azul
donde se instaura el sol. La adversidad
es nuestra enfermedad de cada día.
Siempre tendréis  menesteosos
entre vosostros,

dijo Jesús a sus discípulos.

(De Andando el camino)

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