jueves, 7 de junio de 2012

El mayor de los mandamientos

    Amar a Dios y amar al prójimo. Con eso se cumple todo el programa cristiano de vivir la vida según Dios. Un doble mandamiento que suena hoy lo mismo que entonces; sin embargo, la fraternidad que postula Jesús a sus seguidores es muy distinta, porque el mandamiento de amarnos ha de medirse por el amor que Jesús nos tiene. Es la mejor manera de asemejarnos a él.
    Frente al centón de mandamientos enseñados entonces, 613 en total, y la consiguiente confusión resultante, el evangelio de Jesús no induce a dudas: todo se reduce a amar a los demás a semejanza suya, preferentemente en sus criaturas más desvalidas.
    Que él nos enseñe a amar con la intensidad con que nos amó y nos ama él.

Reflexión: El ominoso destino de libros viejos

    Los libros envejecen como las personas y los hay que, por su antigüedad, alcanzan un alto precio y estimación, y están también los otros, que por su carácter utilitario, pierden vigencia, utilidad y valor. Ocurre, por ejemplo, con los libros de texto, que al perder actualidad, como los periódicos, se convierten en material desechable. No soy partidario de eliminar alegremente un libro. Siempre hay un rincón en una biblioteca donde hacerles lugar. Cosas que llegan a ser inservibles en un tiempo determinado, recuperan su interés en otro. El laborioso peine de madera hecho a mano de una familia prehistórica, hoy es un tesoro que hace temblar de emoción las manos del arqueólogo que lo alumbra bajo el mantillo de una cueva.


Rincón poético

   PERDÓNANOS; SEÑOR

Estamos contigo
y no supimos desvelar
el misterio escondido en el hondón
de tus ojos. Señor,
perdónanos no adivinarte
el sentido divino de tu muerte,
que iba sellada en sangre
en tu pan y en tu vino.
No supimos saberte. Tú decías
que era Dios quien ponía
milagros en tus manos. No supimos
adivinar a Dios en tus palabras,
cuando sonaban tan adentro,
cuando, a mares, olían como rosas
a Dios. No lo supimos.
Íbamos a tu arrimo, barruntábamos
algo en ti, que no tienen
los ojos de los hombres  ni la nítida
pureza de la fuente.
Pero venció la rutinaria
manera de pensarte,
la acostumbrada
propensión
a verte sólo al hilo de la gente.
Y amaneciste un día coronado
de Dios y flor de acacia.
Perdónanos, Señor, que no alcanzara
a desvelar a tiempo
el sentido cantado de tu muerte.

(De Andando el camino)

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