Reflexión: Llovizna
Hace poco, vimos lloviznar. La llovizna es el orballo tristón que dicen los gallegos. Ese calatontos del lenguaje popular. La gente se deja llover así. Nadie se apresuraba ni se molestó en abrir los paraguas. No daba para tanto. Pero cuando lo calores arrecian sin piedad, un día nublado salpicado por esas lloviznas de nada que suavizan las temperaturas, son un alivio impagable. El cielo se cubrió de esponjosas nubes grises, indefinidas hasta en eso. Y empezó a caer ese agua fina, indolente y desganada, como quien quiere y no puede llover a gusto. Bien vendría una rociada salpicándonos alguna que otra vez. Uno piensa en la lluvia de Dios, cuya gracia llueve para todos por igual, buenos y malos, como si se distrajera o no quisiera darse cuenta.
Rincón poético
ESPERANDO
Esperar. Todo el mundo
espera, aunque no llegue
lo que adivinan
oscuramente sus deseos.
Si no existe el ayer y es transitorio
el presente, nos queda solamente
el tiempo venidero, donde hurgamos
cómo será el perfil de su presencia.
Esperar es mirar hacia adelante
ya que no queda escapatoria.
La esperanza recrea
una ventana en cuyo alféizar,
apoyados los codos, confidente,
te habla la lluvia de que todo pasa.
Esperando estrenamos, pasajeros,
otros mares, si no encalla el velero
en el escollo de los arrecifes.
No siempre discernimos si esperamos
o imaginamos. El que espera escudriña
expectante en la luz del horizonte,
aunque no sepa qué.
Esperar y soñar se le parecen.
El que espera amanece renovando
esa esperanza vigilante,
cada día, atisbando
por dónde nace luminoso, al fin,
un mañana florido como un árbol.
Gozad de la esperanza, en cuyos brazos
se hace presente el bien que nos aguarda.
(De Andando el camino)
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