miércoles, 6 de junio de 2012

Los saduceos

    Los saduceos pertenecían en su mayor parte a la clase sacerdotal y a la nobleza laica; tenían una escuela propia de escribas, y no admitían la tradición creyente en la resurrección, alegando que pertenecía a una tradición posterior a Moisés.
    No faltaron quienes confesaron el misterio de la resurrección. En Isaías se lee que la multitud de los que duermen en el polvo, se despertará, unos para eterna vida, otros para su vergüenza y confusión; en el libro de los Macabeos, la madre les dice que si desprecian su vida en defensa de los santos lugares, el Creador se la devolverá; y Job asegura que su Redentor vive, y que en el último día le resucitará del polvo. Jesús reprocha a los saduceos la frivolidad de una objeción tan simple, fundada en el Levítico, donde se lee que, si una mujer quedaba viuda y sin descendencia, el hermano del esposo podía tomarla como esposa. Esa es la razón de que la hipotética viuda se hubiera casado varias veces. La respuesta de Jesús desmonta el argumento. En el cielo no hay necesidad alguna de descendencia, por lo tanto tampoco de matrimonio.

Reflexión: Discernir para saber

    La mejor manera de saber qué es un reloj es desmontarlo cuidadosamente pieza a pieza. Así es el análisis. Saber discernir implica analizar detenidamente una cosa. Los puntos de vista que adoptemos desde donde discernir una algo, es una perspectiva; necesitamos varias para conocer bien lo que queramos saber.
    El discernimiento es una puerta abierta hacia el conocimiento de las cosas. Vivimos rodeados de cosas que nos conciernen, pero que miramos con indiferencia, como si no estuvieran. Sólo reparamos en ellas cuando empiezan a resultarnos incómodas. No nos molestamos en discernirlas e incorporarlas al acerbo de nuestro conocimiento, algo a lo que no debemos renunciar. El que no se preocupa por aprender, acaba no sabiendo. La piqueta del olvido lo irá desmoronando.


Rincón poético

           PERDÓN

Cuando se acabe el tiempo que me queda,
cuando se apaguen mis latidos
y el último suspiro se arrodille
a los pies de tu puerta,
porque me habrá empujado, al fin, la muerte
hasta ti, mi Señor, quedaré solo
frente a la luz de tu verdad,
sin nada, mi Señor, que se interponga
entre los dos.
Ayúdame, Dios mío,
a temblar hoy, si acaso; nunca entonces,
cuando sólo el amor que me has tenido
supla el que no te tuve, aunque pujaba
por reflejar el tuyo, vanamente.
Cuando se acabe todo,
qué profunda la noche, la impensable
noche que he der cruzar a pie, descalzo
de todo lo que tuve.
Cuando se acabe todo, todo entonces
lo serás tú. Perdóname, Dios mío.

(De Andando el camino
)

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