sábado, 16 de junio de 2012

El Niño perdido


    Que unos padres pierdan al hijo por incuria, es una seria transgresión. Perder al Hijo de Dios, es un pecado de lesa divinidad. Sólo que no es fácil educar a ningún Hijo de Dios, cuando la divinidad que informa su vida da esos ramalazos, en el corazón del Niño, que sólo el Espíritu Santo podría explicarnos. Por que no hay más culpable que el Espíritu de Dios. El Niño crece y sabe que su Padre no es el que cuida sus pasos por los caminos de Israel, sino el que está en los cielos.
    Acaba de visitar el templo de su Padre, donde unos sacerdotes que están a su servicio no perciben su presencia. Es la primera vez que lo hace de consciente manera, ya con doce años, y no duda en interpelarlos. Tienen que saber que se acerca el tiempo de la plenitud, que el Mesías que esperan no es precisamente un guerrero, que el confuso acerbo de mandamientos que han formulado por acumulación ha de dar paso al amor de Dios y los necesitados, incluidos los pecadores, que no es la ostentación lo que ha de distinguir a un sacerdote, sino la servicialidad más cumplida, que hay que ser compasivos con los que sufren...
    Cuando sus padres den con él en el templo y traten de reprenderlo, les recordará que ya es hora de que se ocupe también de las cosas de su Padre, con quien ha estado tres días en su propia  casa.
    Que Dios nos dé luz para entender sus misterios.


Reflexión: Diccionario temático


    Hace no pocos años, una editorial publicó un diccionario temático, donde cada cosa aparecía con los nombres de sus componentes, formando una familia de palabras suficiente sobre cada uno de los temas que abarcaba la obra. Además de hacernos ver la composición de determinados objetos, servía para ver con qué palabra se designaba un componente del que no se recordaba el nombre. Así, de un arado, podía uno consultar los vocablos referidos a la mancera, la esteva, el dental, la reja, el timón, etc. Eran diccionarios traducidos del alemán, si mal no recuerdo, no sin acierto. Hoy no es fácil dar con ejemplares de tales obras que enriquecían el acerbo lingüístico de nuestro idioma. No negaremos tampoco la utilidad de tales obras de consulta.


Rincón poético


       VUELVE, SEÑOR


Veo amapolas entre el trigo. Miro
desolado hacia atrás, como quien mira
las ruinas amarillas de un barbecho,
y veo cómo sangran
las amapolas entre el trigo.
Ya nadie puede restaurar, Dios mío,
con delicada mano,
el paisaje de mieses que ha tumbado
desatada la lluvia.
Límpiame el campo de amapolas,
estas heridas ultrajadas,
este escarnio, estas ruinas
que sangran dolorosos entre el trigo.
Déjame el trigo a solas.


Hubo momentos en que estuve cerca
de ti. Ya tardecido,
salías a mi encuentro y caminábamos
hacia Emaús,
juntos los dos, por la vereda
de tu palabra, y cómo enardecías
mi corazón con el calor del tuyo.
Yo me sentía el trigo bendecido
de tu pan, junto al vaso
oscuro de tu sangre. Comulgaba
contigo prietamente.
¿Qué está pasando ahora?
¿Qué está pasando, que me cuesta tanto
ser como tú, amarrado como nave
a tu fidelidad?


Quiero amarte de nuevo como entonces,
cuando era bello el mundo
y la luz florecía en los almendros,
cuando las coincidencias eran tantas,
que apenas diferían mis deseos,
arrimadiza enredadera,
de los tuyos tan fieles.
Resucita
de mis cenizas el rescoldo
con que te amé
y regresa a esta orilla, hasta este sauce
lloroso de tu ausencia,
hasta el exilio en que me asilo.
Regresa aquí, a mi orilla, como entonces,
cuando estar a tu lado me llenaba
de júbilo los ojos, y la boca
de ardientes salmos, enaltecedores
de tu nombre, Señor. Te amaba a gritos
de exaltación, como se desgañita
enloquecido el gallo mañanero.
Regrésame, Dios mío.

(De Andado el camino)

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